Nota: Esta fue la ponencia sometida por este servidor el 13 de agosto de 2004 al XI CONGRESO IBEROAMERICANO DE URBANISMO en San Juan de Puerto Rico, y fue aceptada y leída el 23 de octubre de dicho año. Esta fue la que me abrió las puertas a conectarme con el grupo de trabajo de Santurce no se Vende, como reseño en mi grupo de entradas denominadas Learning from San Mateo. No incluyo las ilustraciones por razones técnicas.
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Al hablar de reciclaje y reutilización de lugares y territorios, se socorre mucho a la estrategia patrimonial. Una designación valoriza y apropia socialmente elementos “definitorios de carácter histórico y patrimonial” de bienes inmuebles y territorios. Cuando se obliga a retener edificios, grupos de edificios y paisajes se siente que se cumple con una misión moral y patriótica, que se hace parte de una campana cultural y humanitaria.
En Puerto Rico, la praxis de conservación cultural presenta intensidad y rápida maduración de conciencia, aunque nivel técnico desigual. Hace veinte años, casi no se valoraban los lugares antiguos excepto aquellos de mayor valor singular o carga histórica, o la gloriosa excepción del San Juan Antiguo. Pero la nueva historiografía de lo cotidiano y el ejemplo de lucha del ecologismo han abonado a la militancia patrimonial (1). La seudomodernización a rajatabla, la hipertrofia urbana, la fealdad del paisaje colectivo y la degradación ambiental han chocado con la sensibilidad de un grupo social intermedio, de relativamente alto nivel cultural, proclamados abanderados en sus comunidades del carácter especial de su cultura espiritual y material. Muchos son educadores, artesanos o líderes cívicos naturales. Muchos esgrimen este “patrimonismo” resistiendo presiones urbanísticas homogenizantes, o a la violación de hitos e imágenes que dan sentido de localidad – aunque sin cuestionar por el momento las estructuras político económicas que las alientan. La causa se nutre de retórica sobre valores históricos y sitios de recuerdo para la comunidad, de la familiaridad de instituciones y lugares largamente aceptados como parte del paisaje, de respeto a las generaciones precedentes y evitar la dilapidación del conocimiento acumulado de la comunidad.
Las luchas más frecuentes protestan por el espacio cívico: ante todo el destino de las plazas de recreo de los pueblos. Las tradicionales y obligadas plazas centrales , por su alta visibilidad y carga simbólica, son reformadas con frecuencia por los municipios en busca de presentar acción visible y prestigiosa. Con fondos del estado fácilmente disponibles, cada década ve cambios a menudo radicales en estos espacios. La comunidad piensa que su fin óptimo es el de parque pasivo, vigente desde el ultimo cuarto del siglo xix, pero algunos de estos espacios han sido resignificados por las autoridades como un híbrido de salón de conciertos al aire libre, parque, y exhibición de arte publico de gusto vanguardista y apenas entendido por una comunidad largamente acostumbrada a las reproducciones clásicas, los ajardinamientos semiformales y la estatuaria conmemorativa.
Las autoridades no acostumbran deliberar con el pueblo sobre las razones profundas del espacio cívico por lo cual la sociedad civil ha tenido que apropiarse de espacios de diálogo mediante activismo y aprovechamiento de los medios. Así se hizo en 1996 en Jayuya, poblado de las montañas del centro. El Centro Cultural Jayuyano exigió cuentas al municipio sobre un megaproyecto fantasioso que hubiera obliterado gran parte del centro urbano, incluyendo una antigua escuela percibida por la comunidad como un monumento local. Los voluntarios del CCJ reunieron a más de 185 personas para ventilar las objeciones a este proyecto, pidiendo cuentas a sus diseñadores (quienes eran de la capital, por cierto). Tras meses de tensión y el rechazo en elecciones al autoritarismo del alcalde (parcialmente debido a su actitud frente a este caso), su sucesor optó por intervenir de forma incremental en el centro urbano, incluyendo la rehabilitación de la antigua escuela, hoy convertida en un exitoso centro universitario.
En un caso mas reciente (marzo de 2004), la organización ecologista Casa Pueblo de Adjuntas alertó sobre la amenaza a la descaracterización de la plaza de esa ciudad también de la altura. Obtuvo copias de una propuesta que eliminaba la tradicional división tripartita (faja central abierta flanqueada por otras dos ajardinadas y con árboles) por una enorme fuente central y grandes dosis de pavimento. Los funcionarios regionales del Instituto de Cultura Puertorriqueña, quienes tienen que endosar el proyecto, alertaron al alcalde sobre lo inaceptable de tal propuesta, y posteriormente el Municipio postuló otra alternativa, actualmente en fase de diseño, que aparenta respetar el trazado general del espacio.
El activismo ha trascendido de las plazas. En 1997, voluntarios culturales y estudiantes escolares hicieron una barricada para evitar la destrucción de la casa Fernández Garzot, construida a fines del siglo xix, en Naguabo (2). En ese año también un grupo comunitario exigió investigar los valores históricos de un terreno entre Toa Alta y Dorado, en la zona norte de Puerto Rico que está sujeta a intensas presiones de urbanización. Un primero estudio arrojó ausencia de restos culturales, pero el grupo cabildeó dolorosamente ante el icp para exigir una segunda prospección arqueológica que sí mostró abundancia de recursos. Aunque el proyecto urbano fue construido, este se achicó salvando 2 hectáreas dentro de las cuales se cree que puede estar la mítica Granja de los Reyes Católicos, primer latifundio colonial español en Puerto Rico y uno de los primeros de América (3). La investigación en este terreno sin embargo está detenida por falta de recursos.
Las reivindicaciones patrimoniales comunitarias han llegado a la compleja ciudad capital. En el populoso pero degradado sector de Santurce hay tres iniciativas simultáneas para rescatar los sectores de Miramar al oeste, San Mateo (sitio del poblado original de Cangrejos) al centro y el sector donde ubica la universidad del Sagrado Corazón al este. En este caso la bandera del patrimonio cultural trata de redefinir “urbanidad” en su sentido mas amplio. Al reclamar que el cambio urbano sea respetuoso del sedimento histórico acumulado y que sea ante todo incremental y no drástico, están estableciendo una política urbanística de reuso mediante ajuste y no mediante descarte y sustitución como lo han sido infinitos procesos de “renovación urbana” experimentados con dolorosos cataclismos y patologías sociales – delincuencia, comportamiento destructivo.
Quizá sin darse cuenta, confirman los previsores análisis teóricos de urbanistas tales como Christopher Alexander, los hermanos Krier, Jane Jacobs y otros, que han concebido a la ciudad como un ente complejo con una gran capacidad de autorregeneración. Esta estrategia no es precisamente nueva en Puerto Rico, pero es novedad la inclusión de la causa patrimonial y el activismo cultural integrado: museo comunal, exhibiciones, arte callejero y recopilación de historia oral, esta no como mero estudio sino como argumento práctico en la dif ícil negociación con las autoridades. Particularmente en el sector San Mateo, el mas popular de estos lugares, que muestra un idiosincrático palimpesto de calles de variada escala y alineación, residencias compactas en solares de gran fondo, y el uso abundante de balcones y comercios en los bajos, la historia recopilada se convierte en herramienta de política urbanística (4).
Ahora se empieza a esgrimir la cultura para la protección de lugares rurales, confrontando la aparentemente imparable especulación urbanística directa o indirecta sobre ellos. Actualmente se tratan de proteger unas 400 ha. entre los municipios de Cayey y Salinas en las cuales, además de sus indudable valor ecológico, se ha esgrimido la importancia del lugar como paisaje cultural. El lugar conserva remanentes de fincas ganaderas y pequeñas propiedades usadas para huertos y tabaco, donde el latifundismo de caña y café jamás penetró. Se han hallado en el lugar caminos antiguos, arte rupestre, bateyes o plazas ceremoniales indígenas y los restos de una aldea rural abandonada de sencillos edificios en madera. En ciertos lugares existen grandes conjuntos de terrazas agrícolas en piedra cuyo origen se debate entre indígenas o colonos de origen canario. Empleando los conceptos de paisaje cultural definidos por organismos como la unesco (5), esta propuesta reserva dejó de ser una colección de montañas, ríos y árboles y ha adquirido una dimensión trascendente gracias a la historia. Los restos de los antepasados serán referentes reales para el tratamiento del lugar. Cerca de allí, el municipio de Cayey intenta rescatar los “caminos reales” antiguos de sectores cercanos, conservando así la memoria del tejido conectivo que por milenios unía los poblados y asentamientos humanos dentro de las escarpadas montañas. Y la historia así rescata presenta la cotidianidad de un tiempo donde la relación entre humanidad y naturaleza era distinta y puede ser espejo para reflexionar sobre nuesto dilema actual.
Esta breve sinopsis sobre el auge del patrimonialismo se complementa con la incorporación lenta pero firme del valor de la cultura material dentro de las actividades educativas. Un grupo comunitario pro-patrimonio en Arroyo, formado en este momento mayormente por profesores de la escuela secundaria local, ha organizado conferencias y módulos educativos sobre patrimonio en el municipio, antiguo puerto agroexportador durante el siglo xix y punto de entrada a un fértil valle azucarero. En lugar de las habituales excursiones, se formó un novedoso proyecto de investigación y creación de maquetas de edificios y estructuras locales, algunas de ellos por cierto largamente desaparecidos. Así, los estudiantes se convirtieron en recreadores de un pasado alternativo con aportaciones significativas a la memoria de la comunidad que posiblemente puedan traducirse en prácticas de recuperación de lo desvanecido.
No se tiene claro los pasos concretos para que muchos grupos culturales traduzcan a efectos concretos sus logros cívicos. La pérdida de la técnica tradicional ha sido vasta, aunque el centro cultural de Aibonito celebró en el verano de 2003 un taller sobre empañetado de cal con práctica sobre las paredes de su local – una centenaria casilla de camineros en ladrillo. Otros lidian con las complejidades del proceso burocrático de obtener designación oficial, lo que implica negociar con varias agencias tales como la Junta de Planificación, la cual tiene la última palabra en registro estatal de bienes históricos inmuebles. Líderes culturales de Maunabo acaban de negociar que se acepte la solicitud de designar los restos de la antigua y abandonada central azucarera Columbia para asegurar que si la propiedad, que es privada, se vende a intereses no comprometidos con la cultura, esta tenga que respetarse y reutilizarse sin perdida de su integridad – y la esperanza que por alguna vía, desalentando la especulación sobre estos terrenos, reviertan a la comunidad como infraestructura cultural para actividades y promoción de las artesanías (6).
La inserción de la sociedad civil en la praxis de conservación del patrimonio y los consiguientes efectos concretos sobre ciudad y territorio es en el caso de Puerto Rico la coyuntura más esperanzadora para asegurar el reuso de lugares venerados y de impacto simbólico para el pueblo. Pero es un sendero apenas empezado y fraguado de incógnitas, caminado por muchos en igual dirección pero con metas aun no claras. Lo que no podemos hacer los urbanistas es ignorar la eclosión y auge de este movimiento.
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NOTAS:
(1) ORTIZ COLOM J. (2002), Patrimonio, historia y territorio. Ponencia presentada en el Congreso Interamericano de Planificación, San Juan, 22 de agosto.
(2) ANONIMO, ed. (s.f., 1998?), “La Floresta de la Riviera: dos grandes sueños que se convierten en realidad”. Folleto publicado por el Centro Cultural de Naguabo.
(3) GARCIA GOYCO, O. (1999), Estudio arqueológico fase II. Haciendas de Río Lajas, Dorado, P.R. Informe sometido al Consejo de Arqueología Terrestre de Puerto Rico.
(4) www.santurcenosevende.org, accesado por última vez el 10 de agosto de 2004.
(5) Información disponible en whc.unesco.org, sitio del patrimonio mundial de unesco. Accesado 10 de agosto de 2004.
(6) AMARO MORALES, C. (2004), “Invita al pueblo a luchar por el Batey Columbia”, Periódico La Esquina, agosto, p. 11. Sobre los reglamentos pertinentes de designación ver: JUNTA DE PLANIFICACION DE PUERTO RICO, Reglamento de Conservación, Registro y Designación de Propiedades Históricas, Reglamento de Planificación numero 5, definiciones y capitulo 3.
La mayor parte de las experiencias relatadas en esta ponencia han sido resultado de la praxis del autor dentro de diversas luchas culturales comunales asesoradas por el Instituto de Cultura Puertorriqueña.
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