Para el ya gastado Robert Venturi, Las Vegas (en Nevada, no Vega Alta y Vega Ba-ja) fue una supuesta cantera de lecciones sobre el atractivo de la construcción comercial, no creada por arquitectos, en la configuración del imaginario territorial estadounidense. Uno de sus entonces polémicos libros se intituló Learning from ("Aprendiendo de") Las Vegas ("lus VÉI-gas" pronuncian los gringos) y fue la coartada para edificar miliardos de metros cuadrados de mediocridades "postmodernas" en el mundo, amén de justificar la bancarrota moral de la arquitectura formalista aun en boga entonces.
Entre los principios venturianos esbozados en ese libro y su antecesor Complexity and Contradiction in Architecture está, sin embargo, la idea de la messy vitality, la "vitalidad revuelta" tan ausente de la antisepsis brutalista y de las numerosas malas copias del neoestilo amalgamado Bauhaus-Corbu (aunque en Europa, ambas escuelas eran como agua y aceite, no mezclaban) que fueron la arquitectura moderna en Norteamérica.
Enter Jane Butzner Jacobs, mi amiguita in abstracto: hace 48 años atrás haló la palanca de la alarma que los esquemas de los B-Cistas para renovar las ciudades destruían las finas redes sociales construidas por consenso comunitario en vecindarios urbanos de faz zalapastrosa pero inmensos en corazón y oportunidades de crecimiento personal y espiritual. Para Jacobs esos vecindarios, lejos de ser "tumores" extirpables, eran en realidad los incubadores de una recia cultura y economía urbanas, el condimento citadino que estampaba IDENTIDAD a su urbe anfitriona. Ella, en efecto, también llegó a hallar una vitalidad que tras su apariencia messy era en verdad prolegómeno de un bienestar colectivo rayano en la felicidad. Y es esta vitalidad proyectada en el dinamismo cotidiano la que aquí en adelante me concierne.
Fast forward a San Juan Metropolitano, primera década del siglo XXI: en el yermo de un conglomerado edificado se hallaba esta joya de contraste y escala humana que era el barrio de San Mateo de Cangrejos. Cuatro tramos de calles rectas pero no ortogonales encapsulaban el misterio de la evolución de este sector capitalino en la primera mitad del siglo xx. Desde la avenida de Diego - referente al trazado general de la ciudad - la calle local Antonsanti y las calles terciarias Iglesias, Mandry y Candelaria, estaba guardado para sus vecinos y para nosotros el tesoro de una increible diversidad de estilos vernáculos salpicados con humildes intervenciones de Carmoega (el nunca bien lamentado hospital Mimiya) y Klumb. Como foil al monumental y pretensioso Museo de Arte y a las brutalistas torres de la burocracia, las callejas de San Mateo eran el verdadero "centro de todo" (título mal arrogado por un mall en Hato Rey); y para sus vecinos un verdadero centro del universo.
Acercamientos, primero tentativos y luego intensos con el liderato comunal llevaron a una intensa colaboración con personas como Mary Anne Hopgood, Amparo Echeandía, Deborah Hunt, los Garayúa y otros vecinos y colaboradores. Recuerdo con especial afecto a don Meinardo, que pasaba sus años dorados junto a su gatito en la casa azul con antepecho de la Antonsanti; al venerable nacionalista y sobreviviente de la Masacre de Ponce, don Gilberto Serrano; a doña Carmen que vivia en la casa de madera adyacente al "museo del barrio" y a los Lasanta que han decidido quedarse hasta que el mollero de las máquinas los separe de su lugar vital.
He documentado aquí fragmentos de esa interesante arquitectura vernácula que deseo compartir con mis lectores, y que fue tristemente perdida entre noviembre y diciembre de 2005. Un triste regalo navideño de desolación y homogenización para un sector que si se leyera con otros ojos sería una verdadera cantera de opciones para vivir en ciudad con inteligencia, sostenibilidad y alegría.
Pero en verdad, de mi vivencia en San Mateo he aprendido a ser un mejor arquitecto, un mejor patrimonialista y (espero que) ser humano. En vez de absorber el oropel de la "ciudad del pecado, donde lo que allí ocurre allí se queda" [¡Sí, Pepe!], mi learning ha sido de Santurce, la ciudad que su gente no va a vender, pero sí el gobierno "del pueblo de Puerto Rico" a precio de pescao abombao. :(
(Continuará...)
Thursday, December 18, 2008
Learning from San Mateo (I)
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