Puerto Rico ha cultivado una "lumpenburguesía". Este vocablo creado por el sociólogo alemán A. Gunder Frank describe un tipo de "clase" o grupo social que genera una posición de fuerza en la sociedad no por sus méritos como "capitanes de la industria" o su capacidad de organizar medios de producción de bienes esenciales, sino por su vínculo con sectores del poder político o militar en economías tercermundistas o dependientes.
En nuestro caso, ellos florecen en el negocio del "desarrollo" de terrenos (forma glorificada de decir urbanizadores o promotores inmobiliarios) y en este sector se hace, para decirlo finamente, mucho reciclado de dinero, no todo de éste habido por operaciones lícitas. Estos empresarios no construyen por satisfacer una necesidad de un mercado de gente necesitada de viviendas, ellos hacen proyectos de alto costo donde cada apartamento o casa de lujo es en verdad un certificado de depósito impreso en hormigón, vidrio y acero. A la vez este es un negocio global con ramificaciones en otros países antillanos, partes de Sudamérica, algunas ciudades "cosmopolitas" de Estados Unidos - notable, y nada sorprendentemente, Miami - y hasta partes de Europa.
Es este mismo sector el que ahora pretende hacer de Santurce un enclave para erigir los proyectos estériles y asépticos que son nuevos ghetti para estos "residentes" ocasionales o que rentarán por buen precio los apartamentos a hacerse sobre las ruinas del histórico sector de la Parada 22 de Santurce, o sobre el despojo de la pequeña pero viva comunidad de San Mateo (de eso tengo que hablar pronto, de cómo mi colaboración con este grupo me hizo crecer profesionalmente) y de las propuestas de la denominada Ciudad Mayor.
Un propósito colateral de estos lugares fue preconizado - en el caso de Estados Unidos - por la escritora Jane B. Jacobs, persona de tanta claridad y pensamiento avanzado en su momento hace ya casi medio siglo. Los viejos vecindarios céntricos, financieramente amortizados y valor económico y de uso de sus habitantes, son una mina de potenciales ingresos para la industria de los urbanizadores y su importante brazo de la industria hipotecaria. El apoderarse de estos espacios y convertirlos en nuevos proyectos financiados por los bancos ayuda a mantener flotante a los empresarios inmobiliarios. El despojo del espacio a los residentes tradicionales se hace mediante el mecanismo de la designación de zonas para "desarrollo" y las expropiaciones forzosas del Estado alegando la necesidad de "revitalización urbana". Y hay que tomar en cuenta que en Estados Unidos el sector de la "construcción", aunque importante, no ha cobrado excepto en los últimos años un papel de ser motor económico primario.
En otros casos el despojo puede darse en lugares que - para muchas mentalidades ahistóricas con dinero pero sin inteligencia - parecen ser espacios vacíos, pero que están cargados de significados simbólicos, históricos y culturales. Estos sitios son vitales dentro del palimpsesto del territorio, han sido una y otra vez intervenidos, "escritos" por parte de sucesivas generaciones. Pero ahora, los avances tecnológicos amenazan con obliterar esa historia con fría eficiencia. Y ese despojo es el que simboliza Paseo Caribe. Los nuevos corsarios se lanzan al ataque, y en vez de cañones, espadas y arcabuces, hoy vienen con planos, grúas de torre y estudios de viabilidad con interminables tablas de Excel.
En mi próximo artículo continuaré enumerando los errores que provocaron esta tragicomedia escenificada entre los vetustos muros del sistema de defensa exterior de San Juan.
Monday, October 08, 2007
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