Tomado del Nuevo Día,
sección Por Dentro, página 12.
(Estos comentarios no expresan una opinión oficial del Instituto de Cultura Puertorriqueña.)
Centinela del patrimonio urbano
Domingo, 12 de junio de 2005
Especial El Nuevo Día
Por Jorge Ortiz Colom
Con la praxis de San Juan, el Instituto de Cultura Puertorriqueña fue precursor en América de la conservación integral del patrimonio arquitectónico. Al nacer, heredó la encomienda de rescatar y recuperar el potencial urbano de la ciudad amurallada, logrado contra el escepticismo inicial de propietarios y tecnócratas. La primera estrategia fue recuperar la imagen urbana y los frentes de calle mediante un vocabulario normalizado aplicado a menudo de forma aproximada y conjetural, aunque fiel a ciertos tipos previamente vistos. Así consolidado lo visto del ámbito público, la ciudad repechó el escalón de imán turístico. Mientras, en estrecha colaboración con maestros constructores de la vieja guardia, y decidiendo cada día lo necesario a hacer, don Ricardo Alegría promovió varios proyectos ejemplares para oficinas y museos del Instituto, mostrando la excelencia y solidez de la obra interior como igualmente digna de aprovecharse. Impulsado por la maduración de las filosofías internacionales de trato al patrimonio, e igualmente por las doctrinas del gobierno federal, el ICP progresivamente defendió la integridad total de las estructuras sanjuaneras y el respeto a los interiores. Armados del incentivo de exoneración de impuestos de diez años a obras totales de recuperación, se ha exigido mantener los espacios y patios interiores, alejándose del fachadismo. San Juan Antiguo ha sido un éxito notable; más difícil, pero retante, ha sido el extender la conciencia conservacionista al resto de la Isla.
Por décadas, de hecho, la visión de la historia como un desfile de próceres y grandes eventos, se tradujo en una visión de los monumentos como lugares dramáticos y excepcionales. Desde poco antes de 1970 esta visión se transformó a la crónica de la jornada cotidiana, y del drama silencioso de la vida popular. Esto ayudó a valorizar barrios, viviendas humildes, haciendas, trapiches y paisajes agrícolas como elementos conservables. Este cambio en la definición de lo histórico facilitó la extensión del alcance del patrimonio protegido, aumentando las zonas protegidas a diez, y a su vez creó casi trescientos sitios históricos adicionales en casi todos los municipios. Hoy los ámbitos de la vida social cotidiana, los paisajes culturales que han grabado testimonios seculares de humanidad, y las sutiles relaciones entre objetos intuidas por multiples maestros de obras, son elementos igualmente importantes. Y muchos pueden incorporarse, sin ser copia literal del pasado, a la creación arquitectónica y urbanística de nuestros tiempos. En la historia edificada hay claves prácticas para un hábitat sostenible y más humanizado, cara a mucha práctica de edificar hoy día: visualmente repugnante, ahistórica, y gobernada por su valor monetario y de "inversión", sin calidad trascendente. Aun con varias responsabilidades fundamentales - como el enlace al gobierno federal de Estados Unidos - amputadas por decisiones gubernamentales impulsivas, y otras funciones compartidas con agencias menos proactivas al patrimonio, como la Junta de Planificación, el componente de patrimonio construido y arqueológico del ICP ha logrado frenar el impulso enfermizo de mal reinventar, caprichosamente y de espaldas a la historia, nuestro entorno. Hoy el ICP es visto como baluarte contra la mediocrización del ambiente humanizado. Esta encomienda se construye diariamente cara a la seria escasez de técnicos cualificados en la agencia, y presiones casi intolerables de políticos y empresarios. Aun se batalla defensivamente, pero ya se educa y divulga el valor del patrimonio a sectores populares y juveniles. La siembra de conciencia patrimonialista entre ellos será la cosecha futura de un Puerto Rico más rico, en calidad de hábitat, como marco a una sociedad superior.
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