Aunque nunca he tenido el privilegio de pisar sus calles, solo la he visto desde la distancia de un avión de línea - y, como arquitecto conservacionista, leído sobre ella extensamente - Nueva Orleáns tiene (más bien, tuvo) para mí un espíritu cautivador. Su mezcla de culturas, con África, las Antillas, Francia, España colonial y EE.UU. - su propietario final - la hicieron uno de los grandes carrefours culturales del Hemisferio Occidental. Su posición precaria a horcajadas entre el caudaloso Mississippi y el enorme lago Pontchartrain fue su ventaja, al darle barreras de agua que la defendían de corsarios, piratas y extranjeros. Pero ajotados por la violencia de un huracán de nacimiento distante, el río y el lago han decidido conquistar la vieja urbe de una vez por todas.
A un día después del paso de "Katrina", las aguas del Pontchartrain se han propuesto acabar con casi tres siglos de historia en una trama que parece hollywoodesca, excepto que no habrá un final feliz como en los thrillers. Me temo con la certeza que me dan casi dos décadas de tajureo en el asunto de lugares patrimoniales, que estamos atestiguando la muerte de la "Big Easy" bajo una húmeda sepultura. Nueva Orleáns se está ahogando sin que podamos darle una nueva resucitación ya que sus pulmones - los levees o diques lacustro-fluviales - están desbaratados por la agitación que impartió Katrina a las dos aguas de su escolta.
En esta madrugada del penúltimo día de agosto de 2005, cuando los vientos del temporal son sólo un mal recuerdo, cien mil neo-orleaneses que no evacuaron la urbe viven la más horrenda pesadilla entre aguas, la cual me da insomnio y preocupación. Hace un mes, en visita personal a Houston (ciudad ubicada unos 500 km al oeste), compré en una librería de los suburbios un librito hermoso sobre Nueva Orleáns, y me hice una promesa de pronto visitarla y hacer un rendezvous largamente diferido.
Hoy que veo que esa esperanza parece que quedará frustrada por lo que me queda de vida, lloro una sentida pérdida para una ciudad humana y rezumante de historia, que cerrará (espero que solo por un momento) la novela de su historia con su apocalíptico hundimiento. Espero que los refugiados remanentes puedan ser extraídos y que algo pueda aprovecharse - sabe Dios si logran secar con nuevos diques el Vieux-Carré y lo levantan para convertirlo en un museíto a la Williamsburg, mientras que una impersonal y moderna Nueva Nueva Orleáns es construida en otro sitio - posiblemente a la altura de Bâton-Rouge o aún más río arriba - para la vida cotidiana de los que trabajan y viven. Pero se habrá perdido una gran dosis de autenticidad.
Los restos auténticos de La Nouvelle-Orléans, la memoria edificada y documental, alguna de su gente hasta ahora viva, y todos los muertos del pasado, se disuelven inexorablemente en el gran lago-pantano que la Naturaleza ha solicitado reocupar. No puedo proseguir ya que al ver el librito me deprimo...
Tuesday, August 30, 2005
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