Saturday, December 31, 2011

HOMENAJE A RICARDO ALEGRIA GALLARDO

Como mencioné el poema dedicado al extraordinario defensor de nuestra cultura don Ricardo Alegría, se me pasó que no lo había puesto en mi blog. Corrijo esta omisión y espero que disfruten este homenaje que su tránsito a la inmortalidad inspiró en mi veta poética, que posiblemente algunos de ustedes desconocían.

HOMENAJE A RICARDO ALEGRÍA GALLARDO

Ricardo Alegría Gallardo.
Hombre de certeros apellidos.
Alegría para un pueblo entristecido por sus cadenas.
Gallardo entre una multitud de serviles infelices.
Y tu nombre Ricardo, como el Corazón de León de medieval recuerdo,
Tu etimología te hace fuerte y poderoso, jefe de ejércitos.
Eres fuerte porque tu cultura te ha robustecido.
Y tu ejercito trae bombas, pero de barriles sonoros; y golpes, pero de panderos,
Y rasgados sobre diez cuerdas tiesas y alertas,
Y la voz de un poeta esculpiendo la palabra
Bajo una retícula de grandes vigas de ausubos multimilenarios
Que fueron hermanos de nuestros tátara tatarabuelos taínos.

Ricardo Alegría Gallardo.
Generalísimo de culturistas en recia y apasionada defensa
De una lengua musical, de resistencia, de pasión,
La que dio su voz al inmortal Quijote de la Mancha
Y al jíbaro, caminante por su La Mancha tropical
Desafiando los gigantes platanales de hojas de molino verde.
Patrón de los artesanos, los tallistas, los constructores de fantasías policromáticas
Y de quienes sobre el ignoto territorio de las planicies de tela tiesa
Cultivan una zafra de colores, texturas, formas y emociones.
Quien, cual Pigmalión, galateizó a la piedra, al metal y a lo inerte,
Quien se hizo papel, de letras y formas suculento y grávido,
Quien posóse terral, firme o aérea sobre un tablado
Y quien con notas pintó o rebanó los aires, ¡he ahí lo cosechado!

Ricardo Alegría Gallardo.
Arquitecto sin título pero con título de vergüenza
Patrimonialista a la pluscuamenésima potencia
Que has antepuesto tu cuerpo erguido frente a las obscenas piquetas
Y frente a los constructores de mentiras efímeras y huecas.
Hoy los balcones de tus viejas casas salvadas con tu sudor y tus ladrillos de lucha,
Con tus tablas de tenacidad, con tus puertas de posibilidades futuras,
Te agradecen su longeva vida, oh, esos balcones que sonríen,
Esos medios puntos que son arcos triunfales de la puertorriqueñidad.
Has levantado la casa de todos en zocos firmes e inexpugnables,
Con techos que el huracán de la estupidez e incompetencia no arrasará.

Ricardo Alegría Gallardo.
Reencarnación sin lugar a dudas de Agüeybaná el Bravo.
O del Urayoán que según leyenda, al ahogar al presumido Salcedo,
Demostró la mortalidad y la venalidad del invasor de tu tierra.
Cavaste miles de agujeros en el suelo:
Agujeros de emancipación por donde el taíno saltó siglos de olvido
Y hoy canta sus areitos de esperanza en medio del tapón y del asfalto.
Me postro ante ti, tú sentado augusto sobre un dujo de noble piedra,
Me cuelgo un aro lítico en mi cuello como penalidad por mi desidia,
Me pinto bravo con achiote y tierra amarilla y me adorno de collares,
Y aproximo mi nariz a la pipa de la cohoba, puerta a nuevas formas
Alucinantes de piedras escritas, petroglifos, pinturas sobre piedra.

Ricardo Alegría Gallardo:
He visto a Yocahú y a la fértil Atabey
Y entre ambos, tú enhiesto con facha de cacique:
Has llegado, mi Alegrex, o Alegrebaná, a liberar tu patria
Con los múltiples colores de tu pueblo.
De las cadenas del esclavo africano hiciste tirantes de puentes de entendimiento,
De sus calabozos y cuarteles arsenales de ritmo epidémico y transdérmico.
De los bohíos del jibaro levantaste palacios espléndidos,
Y con tus taínos fundaste los yucayeques de la resistencia.
¡Puerto Rico, Borikén, la isla de San Juan Bautista
Celebra al jefe de ejércitos, Ricardo, Comandante en Jefe de nuestra Cultura;
El Libertador de nuestra Alegría,
El que siempre, aquí o en el más allá, será Gallardo!

Jorge Ortiz Colom


jo

LA HORA DEL RESCATE: 2012

Los tres años de política neoliberal implementados en Puerto Rico han tenido un saldo triste para la cultura y sobre todo para el rescate de la memoria tangible e intangible que nos define como pueblo. Una coyuntura en que la lucha por la supervivencia se ha convertido en la norma y la penuria en el nuevo estilo de vida no conduce a preocuparse por la defensa de esos lugares que identificamos como patrimonio cultural.

El apoyo a la defensa de nuestro patrimonio se ha achicado a una pequeña pepita de seguir normas y reglamentaciones y de esperar que las mismas provoquen la salvación de lo poco que se ha podido proteger. No hay sentido de compromiso ni colaboración con los grupos comunitarios y culturales que han dado frecuentemente la pelea por salvar sitios y monumentos de diversas escalas de interés.

Los trabajadores del patrimonio cultural por parte del gobierno están asfixiados por el afán de control burocrático que desalienta las iniciativas imaginativas que son necesarias en este momento de crisis. No se permite ni siquiera un esfuerzo dinámico de concienciación y divulgación ya que los contenidos de los mensajes y los de los programas de trabajo tienen que ser preaprobados por personas sin experiencia práctica en estas lides.

El año que está entrando se satura del eco de promesas vacuas y futuros engañosos. No podemos confiar de forma exclusiva la defensa del patrimonio cultural - lo tangible como lo edificado y lo arqueológico, o lo intangible como las ceremonias, la música y el verbo - solamente a las ideas fijas de gente de cierto estrato social y religiosidad política.

El patrimonio cultural es del pueblo, y como parte del pueblo lo vamos a conservar. Este año entrante del dos mil doce debe verse como el año del rescate. Y si bien mi empleo en el Instituto de Cultura ahora anda en la cuerda floja por cuenta de un proceso disciplinario viciado e ilegal, desde la trinchera que me toque seguiré enfilando los cañones contras las nefastas piquetas y contra los constructores de mentiras, como dije en mi poema-homenaje al gran don Ricardo Alegría. ¡Que su fecunda vida sea inspiración y sementera de nuevos retoños de culturistas en recia y apasionada defensa de lo que nos define!

Wednesday, September 28, 2011

EL BATEY QUE SE NEGÓ A MORIR

Ponencia presentada el 4 de octubre de 2008 en el Congreso de la Asociación de Estudios Puertorriqueños, Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y el Caribe, San Juan de Puerto Rico

En la espacialidad puertorriqueña, la palabra BATEY tiene particular estimación y abuso. Se carga como ninguna otra de nostalgia y asociaciones emocionales, y bautiza una legión de lugares asociados con el recuerdo, el ocio y la solidaridad informal. Pero igualmente es un concepto cargado de historia, que como espejo refleja la evolución del concepto nacional de espacio y convivencia.

Hay que hacer varias precisiones: la palabra no es endémica de Puerto Rico - también se usa en otras Antillas hispanas - y tampoco Puerto Rico tiene el monopolio de los espacios centrípetos, aglutinantes y enfocados. Lo distintivo del batey boricua es su carga asociativa y su presencia insistente, a varias escalas y prevaleciendo la doméstica, y en varios contextos, como realidad y símbolo, como elemento de resistencia, inclusive.

Más que un elemento mensurable o visible, el batey es un patrón - sistema de relaciones entre componentes - orientado a lograr un fin específico, conforme a las definiciones de Alexander (1977). Y el patrón alterna con el símbolo de manera imprevista, poniendo tras un velo el origen de la palabra. Originalmente, según Rouse (1992) batey significaba el juego ritual del politeísmo taíno, y se extendió el nombre al lugar donde se jugaba. La palabra resistió victoriosamente la desarticulación de las manifestaciones culturales indígenas y se criollizó dentro del castellano antillano.

El nombre quedó oculto dentro de los "siglos negros" desde principios del xvi hasta principios del xix. Abbad y Lasierra (1788, reeditado 2002) lo menciona dos veces aludiendo al juego indígena, pero no vuelve a salir a la superficie como elemento consciente de lo cotidiano hasta el nacimiento de la literatura de costumbres con su primera expresión significativa: El Jíbaro de Manuel A. Alonso y Pacheco (1849) y otras obras abanderadas de esta corriente que le han seguido en el siglo y medio hasta hoy. El vocablo sale, con una acepción similar a la desarrollada posteriormente, al menos dos veces en dicho libro. En la página 127 es teatro de una pelea entre primos por una hembra que bailaba en la sala de una casa; y en la página 145 el narrador, entonces niño, comentaba que "el tayta [padre] se divertía mirándonos retozar en el batey" (énfasis de Alonso). El patrón espacial del batey como nodo del paisaje rural iba definiéndose durante todos estos años, a juzgar por la evidencia disponible mayormente escrita y las pocas imágenes de la época.

Puerto Rico, según hipótesis de arqueólogos (Alvarado Zayas, Rivera Meléndez, comunicaciones personales)- y los numerosos hallazgos de residuarios y concheros en el interior de su territorio, era un territorio surcado por una gran red de caminos hechos ante todo para cruzarse a pie. Estos se han hallado en los lugares más remotos y a menudo conquistando inclinaciones precipitadas y cimas elevadas. Muchos pasan cerca de lugares donde se hallan elementos culturales de los indígenas, o llevan hacia ellos (Stahl, s.f.) lo que hace presumir una antigüedad milenaria.

Esta red fue visiblemente apropiada por la cultura campesina que fue asentándose en el interior de la isla la cual se pobló inicialmente de forma dispersa (Abbad y Lasierra 1788, reedición 2002). Y fue en el contexto de esta espacialidad rural y boscosa, de un paisaje cultural dominado por su componente natural donde la huella humana era un precario rasguño, que el batey fue renaciendo con dos personalidades: encrucijada de caminos y punto de encuentro en la red vial, y simultáneamente como transición entre lo público y privado en el dominio doméstico del campesino. Este es de hecho el patrón primario de batey que define la espacialidad del campo puertorriqueño.

Su propósito primario era el encuentro e intercambio personal en este mundo de campesinos aislados, permitiendo la transmisión de elementos culturales, la difusión de información y bienes, y las relaciones sociales fuera de la estricta intimidad. Para esto el batey puertorriqueño, en esta acepción, se conformaba como un área abierta, normalmente desprovista de vegetación pero rodeada por elementos verticales que le dieran definición visual. Normalmente estos elementos eran viviendas o ventorrillos, elementos construídos y cuya presencia aseguraba que el batey iba a ser usado como referente al menos por los vecinos o usuarios del inmueble adyacente. Otro elemento definidor del batey era el tener acceso de camino o vereda, fuera encrucijada o acceso a la residencia.

En un ensayo anterior (Ortiz Colom 2006) este autor indica que el batey en la arquitectura domestica rural era un patio delantero abierto con funciones de transición entre lo íntimo y lo publico, algo asi como la función actual del conjunto balcón-sala en casas urbanas. Las casas y los bohíos campesinos sólo tenian espacio suficiente para dormir e intimidad, y como norma no más de dos habitaciones (Jopling 1988). Si alguna era sala, a menudo tenia la doble función de ser por la noche desahogo para dormir, y en todo caso era una sala más privada en la mayor parte de los casos. El intercambio con gente fuera de la familia se hacia en este batey, y además este espacio servía de nodo para los caminos que se adentraban en la heredad del campesino, a las talas y cultivos atendidos por el residente y su familia. Esto significaba que el batey era a la vez un punto de intercambio material y económico y no sólo un lugar de socialización.

El batey doméstico casi siempre quedaba alineado con la fachada frontal, recibiendo los escalones que ascendían hacia la casa (Mintz 1974, citado por Jopling 1988), los que a menudo, segun visto en imagenes, servian de asientos improvisados. Los visitantes podian tambien sentarse en sillas rusticas, en tures o taburetes, o en piedras o troncos.

Las casas campesinas mantuvieron su modesto tamaño durante el siglo xix cuando el auge del latifundismo agrario forzó a muchos trabajadores rurales a concentrarse en aldeas o a vivir en los "burgos" (nota 1) de los ingenios. Por las limitaciones del espacio colectivo los bateyes individuales se combinaron y convirtieron en uno o varios por poblado, manteniendo su morfología y tratamiento pero ahora como espacio colectivo. Muchos de estos bateyes compartidos en los poblados de la bajura cañera se usaban para organizar bailes y ceremonias ede tipo colectivo, y es de entendimiento general que en esos lugares surgieron manifestaciones tales como los bailes de bomba, amen de ser lugares de reunion donde se incubo la rebeldia laboral del trabajo servil esclavo o jornalero.

Hasta cierto punto siguiendo lo ocurrido en Cuba y Santo Domingo, y probablemente por influencia de dichos paises, el vocablo batey fue adoptado para los poblados y complejos de edificios relacionados directamente con los ingenios y trapiches, particularmente aquellos donde ubicaban los molinos. Sin embargo los poblados tributarios que servian de dormitorios para los trabajadores de la caña en Puerto Rico se acostumbraban denominar colonias, no bateyes como en aquellos dos paises. En este sentido, el concepto de batey en Puerto Rico mantuvo su funcion de describir un tipo de espacialidad mas personal, asociada directamente con las viviendas y a veces con los comercios locales, no empece la concesion semantica señalada previamente. El uso de la palabra batey no se extendio a las haciendas cafetaleras aunque puede haberse dado el caso (aun no escuchado) de que en algun lugar se usara dicha palabra como sinonimo de glacil o glacis, el gran espacio pavimentado en argamasa u hormigon primitivo usado para secar las semillas del cafe.

Simultaneo con el auge de la agricultura desde finales del siglo xviii se dio el crecimiento de los poblados. Salvo por San Juan, los municipios jóvenes eran esencialmente poblados de fin de semana según testimonio de 1765 del funcionario y militar irlandés al servicio de España, Alexander O'Reilly (en Tapia, 1976). El cronista añade que las casas parecen "palomares", aspecto que aun poseían casi medio siglo después según los dibujos del explorador naturalista francés Auguste Plée hechos en 1822-23 (Alegría, 1976).

En los dibujos de Plée las plazas de los pueblos no eran sino reinterpretaciones del batey - explanadas abiertas en barro, bordeadas por las escasas estructuras de las poblaciones, sin la clara definición de ejes o perímetros que se verían más tarde. Entonces la función de estos espacios era consagrada a la congregación: mercados sabatinos, misas y ceremonias en domingos y fiestas, prácticas de milicianos, y en muchos lugares lugares de estibado de productos agrícolas, llegando a ser secadero público en los municipios cafetaleros. Solo despues, con el crecimiento urbano y la prosperidad agraria, las plazas se formalizarian a lugares de asueto y sitios de espectaculo tal como mas y menos las reconocemos aun hoy.

La idea del batey, como espacio de transición y umbral entre lo personal y lo colectivo, se mantuvo insistente durante todo el siglo xix y los albores del xx. Subyace su continua recreacion en la literatura y las cronicas el hecho de haberse convertido en un lugar de intercambio y comunicacion, nodo y locus de conversaciones y transacciones en el mundo de las clases subalternas, ambientacion para amorios e intrigas.

En su extenso estudio del habitat de las clases subalternas de San Juan, Edwin Quiles (2003:126) explica una fotografía del sector de Cangrejos (Santurce): “[e]n la foto nos localizamos en el batey, patio frente a la casa, lugar de reunión, espacio doméstico y lugar de trabajo ocupado por mujeres y niños. La presencia además, de cerdos husmeando desechos, las piedras y la ceniza como restos de un posible fogón y la planta de batata, tubérculo comestible, delatan el carácter complejo del lugar. Es un espacio que además de utilitario tiene un valor simbólico como lugar de aculturación y socialización” (mi énfasis). El uso del batey como sitio de producción de necesidades domésticas y aun de cultivo de algunas plantas alimenticias o medicinales es un aspecto apenas estudiado de este patrón espacial.

El batey se mantenía, como dicho antes, en los poblados informales de la zona rural. Cuando el espacio escaseaba, las entradas compartidas a grupos de viviendas asumiría el papel de batey para las familias (a menudo ya vinculadas por sangre). Así la vida social recapturaba un centro de “gravedad”. Esto es evidente por ejemplo, en el asentamiento rural proletario de La Jagua/La Rosada, al este de Salinas (Ortiz Colom 1980). Aunque muchas de las casas presentan verjas estas son improvisadas, simbólicas y marcadoras ante todo de privacidad familiar más que desafíos al acceso por extraños. Algunas se suplementan con balcones y existe al menos un caso en el cual el ocupante movió los muebles de sala a los árboles frente a su casucha y así convirtió su batey en el lugar de estar por antonomasia de su pequeño mundo.

Cuando en 1939 Muñoz Marín, el entonces idealista y reformador, decidió divulgar su mensaje "justiciero" en un periódico, decidio denominarlo El Batey (Muñoz Marín, 1983). Bautizarlo con ese nombre fue en cierto sentido un acto revolucionario: el mensaje subyacente proponía una comunicación que se acercaba al campesino llegando a su nivel y vivencia cultural, no obligándolo a ascender a la cultura del urbanita educado o profesional. Y también significaba un intercambio igualitario y personal, no una epístola que aprender mediante absorción pasiva.

El “batey” muñocista, un universo imaginado en papel que el nuevo orden de gobierno local propaló efectivamente, coadyuvó a la rápida modernización de Puerto Rico en la post segunda guerra mundial. Y el urbanismo que se impuso mediante la vivienda en masa traída durante esa modernización fue, sin embargo, lineal, racional y sociófugo. La dimensión de la calle como ruta lineal y la fragmentación del espacio mediante la lotificación ortogonal y la zonificación funcional, privilegió a las redes viales sin mantener, como contrapeso necesario, la provisión de espacio no jerarquico y centripeto para el intercambio. Cuando este espacio se proveia en su forma, se daba a menudo en función de lugares para el consumo; fuera de mercancíias o de espectáculos.

Esta nueva espacialidad de sello estadounidense, orientada al fin crematístico del consumo de masas, más formal y reglamentada, y enfocada en privilegiar el intercambio espontaneo sólo entre núcleos pequeños de personas, no se adaptó a una sociedad acostumbrada a las familias extendidas y las relaciones tales como el compadrazgo que ensanchan los círculos íntimos aun más. Tampoco, en términos generales las comunidades hispanas, sobre todo puertorriqueñas, acostumbran mover su dinámica de intercambio hacia el interior sino que insisten en hacerla en la calle, donde puedan ser vistos desde el dominio público, como por ejemplo desde los balcones.

Las diásporas - en especial y espacial la puertorriqueña - se han rebelado contra el código dominante en las ciudades estadounidenses. Sorprende la cantidad de actividad en la acera, en los stoops o escaleras de acceso y en las esquinas o frente a los negocios. Una sociedad que valoriza los mensajes verbales y los gestos corpóreos mas que la formalidad de los escritos no puede replegarse a los estrechos confines de calles y aceras, aun las relativamente anchas de ciudades con gran peatonalidad tales como Nueva York. Las congregaciones cuasi-circulares se ven frecuentemente en las calles de sus barrios puertorriqueños, aun más que en distritos de esa ciudad habitados por otros latinoamericanos quienes mueven algunas partes de su vida familiar adentro (observaciones del autor, junio de 2006).

En algunos casos el espacio tradicional puertorriqueño ha sido recobrado con las denominadas casitas construidas clandestinamente en terrenos abandonados o parques públicos. El batey resurge frente a las mismas, como lo es evidente por ejemplo en el Rincón Criollo en Brook Avenue del Bronx, el cual continuamente se ve ocupado en todo momento y retoma su carácter de espacio de comunicación con obvia preferencia sobre el interior de la casita donde apenas se veía gente (visita personal del autor, abril de 2005).

Inclusive se ha llegado a formar el tipo de plaza puertorriqueña como la lograda en 1978 en el complejo de Villa Victoria en Boston, que aunque el espacio fue diseñado por un arquitecto anglonorteamericano, el espacio fue incorporado dentro del proyecto por la insistencia del grupo comunitario Inquilinos Boricuas en Acción (Sharratt en Hatch, 1984). Este es posible uno de los grandes logros urbanisticos de la diaspora puertorriqueña.

Entre los puertorriqueños no emigrantes, la excesiva dependencia del automóvil y las mezquinas prestaciones colectivas de muchos proyectos urbanos han parecido reducir la presencia del patrón del batey a partir de un examen superficial de los desplazamientos cotidianos. Pero, en rigor, lo que ha hecho es acomodarse otra vez, conquistando ahora las marquesinas techadas y los espacios difusos entre las columnas de soporte de residencias altas. Las marquesinas, proyectadas como albergue de automoviles como la posesion mas significativa de las familias modernas, son a menudo cerradas y los vehículos son expulsados de las mismas hacia la calle o la rampa antecedente a la misma; e igual función se ve en algunos patios frontales. Estos patios, originalmente pensados para dar aislamiento y privacidad a residencias carentes de la tradicional elevación desde la calle, también han sido convertidos por muchos en sitios de congregación con alcance hasta la misma calle.

Esta tendencia a la congregación, aunque se le llame “novelería”, “junte” u otras cosas similares, persiste dentro del flamante entorno artificial de los albores del siglo xxi. No es comúnmente reconocida en la gran mayoría de nuestra arquitectura y urbanismo contemporáneos, más orientados a seguir los modelos culturalmente hegemónicos, en gran parte europeos y norteamericanos y difundidos por el prestigio de la starchitecture de nombres reconocidos. Generalmente, en los proyectos de vivienda colectiva, los espacios abiertos son asignados rígidamente a actividades particulares – canchas deportivas, estacionamientos de desahogo, centros comunales, senderos – o si no tienen función particular, el horror vacui de los proyectistas los convierte en siembras ornamentales y “paisajismo” arbolado o florido, solo concebido para la contemplación.

Son espacios programados, regimentados, disuasivos por forma o reglamentación de la congregación espontánea, de la formación del batey moderno. Y a veces resurge en categorías de vivienda especializada, tales como égidas de personas mayores, centros de terapia prolongada, villas turísticas. Pero no se ve apropiado buscar este patrón para la vida cotidiana de personas “normales”.

Mientras, en los negocios, especialmente los consignados a pasar un buen rato como cafetines, restaurantes y sitios nocturnos, el nombre Batey sigue sonando elocuente promesa de disfrute, ocio y buenos ingestibles. Desde innumerables ventorrillos de camino hasta sitios de lujo como el Batey del Pescador, restaurante elegante de pescado que ha existido dentro del hotel Caribe Hilton, el embrujo de este nombre taíno persigue a los comerciantes ávidos de clientes satisfechos.

Pero el batey no es una forma que puede producirse, taumatúrgicamente, de la mano del arquitecto o constructor. El batey tiene ante todo que estar respaldado por relaciones sociales que se consuman en el mismo y un delicado balance de ejes visuales que le vinculen con las familias o vecinos aledaños. Un espacio que ignore estas sutilezas será un patio, será un área abierta o de congregación , pero nunca será un batey, no tendrá vida.

Isar Godreau (2002) analizó la transformación del barrio de San Antón de Ponce tras una revitalización auspiciada por el Municipio y la intervención de un arquitecto extranjero con buenos y condescendientes sentimientos hacia los vecinos, y quien quería mantener la espacialidad única del sector. Pero su propuesta fracasó estrepitosamente: al desarticularse los bateyes tradicionales en los que se dividían ciertas partes del sector, vinculado con el auge del folklore musical afro-puertorriqueño (bomba y sobre todo plena). Los patios ideados por el arquitecto como sustituto de los bateyes eliminados resultaron ser solo espacios vacíos que los vecinos veían como escaparates para exhibirlos a los turistas, no como sitios pensados en perpetuar la convivencia social de ellos y sus tradicionales costumbres.

En fin: el batey, como patrón espacial y costumbre de congregación y de uso del territorio, es algo muy imbricado en la idiosincrasia puertorriqueña. El tipo de congregación difusa, centrípeta, e igualitaria ha resistido victoriosamente las imposiciones espaciales hechas por intereses económicos o por ignorancia de los modos de comportamiento y congregación de los puertorriqueños.

El batey posee elementos constitutivos de congregación, centri(fuga/peta)lidad y polivalencia. Siendo imagen existencial y nombre constantemente apropiado, el batey no es reliquia sino una forma vigente de usar el espacio y decretar nodos de intercambio sociocultural. Es un sistema fluido, evolucionante, impredecible; surge de la interacción social, más que de un fiat estético.

Como objeto, palabra y desiderátum, es en rigor el "batey criollo" de una identidad oprimida y en resistencia, concepto y vivencia que pertinazmente se niega a morir.

(nota 1) Uso aquí el vocablo burgo en el sentido de una población pequeña y concentrada adyacente a un lugar preeminente tal como un castillo o fortificación. Estos burgos fueron la raíz de muchos pueblos y ciudades en Europa y el patrón se ha visto también en el universo colonial en Africa, América y Asia.

jo


FUENTES Y BIBLIOGRAFIA

Abbad y Lasierra, Iñigo (1788, reeditado 2002).. Historia Geográfica, Natural y Civil de la Isla de San Juan Bautista de Puerto Rico. Reedición con notas de José Julián Acosta y comentarios y edición de Gervasio García. Aranjuez, Doce Calles.

Alegria, Ricardo E. (1976). “Los dibujos del naturalista frances Auguste Plee, 1822-23”. Revista del Instituto de Cultura Puertorriqueña, no. 68 [julio-sept. 1975], pp. 21-40

Alexander, Christopher (1977). The Timeless Way of Building. Londres y Nueva York: Oxford University Press.

Alonso, Manuel (1849). El Gíbaro. Cuadro de costumbres de la Isla de Puerto-Rico. Barcelona, por don Juan Oliveres. Reproducción facsimilar por el Instituto de Cultura Puertorriqueña, San Juan, 1974.

Godreau, Isar P. (2002). "Changing Space, Making Race: Distance, nostalgia and the folklorization of Blackness in Puerto Rico". Identities 9(3): 281-304.

Jopling, Carol F. (1988). Puerto Rican Houses in Sociohistorical Perspective. Knoxville: University of Tennessee Press.

Mintz, S. (1974). Caribbean Transformations. Chicago, Aldine, pp. 225-250; mencionado en Jopling, 1988 (ver arriba), p.23.

Muñoz Marín, Luis (1983). La historia del Partido Popular Democrático. San Juan: Universidad Interamericana de Puerto Rico.

O'Reilly, Alexander (1765). "Memoria de D. Alexandro O'Reylly [sic] sobre la Isla de Puerto-Rico". En: Tapia y Rivera, A. (1970). Biblioteca Historica de Puerto Rico: Obras completas Vol. 3. San Juan, Instituto de Cultura Puertorriqueña, p. 628. (Edición original: Madrid, 1854.)

Ortiz Colom, Jorge (1980). La Jagua. Estudio de un arrabal rural en Salinas. Monografía inédita para el curso “Sociedad y Cultura del Arrabal” del Profesor Rafael Ramírez Vergara. San Juan (Río Piedras): Universidad de Puerto Rico, Facultad de Ciencias Sociales.

Ortiz C olom, Jorge (2006). Batey, Stoop and Veranda. Building “Thresholds”* between Realms in Dwellings and Cities: The Puerto Rican Example. Ponencia inédita, sometida al Congreso Anual del Vernacular Architecture Forum (USA). Nueva York: Vernacular Architecture Forum.

Quiles, Edwin (2002). San Juan tras su fachada. Una mirada desde sus espacios ocultos (1508-1900). San Juan: Instituto de Cultura Puertorriqueña.

Rouse, Irving (1992). The Tainos. New Haven: Yale University Press.

Sharratt, John (1984). “Emergency Tenants’ Council, Boston”, En Hatch, Richard, ed.: The Scope of Social Architecture. Nueva York: Van Nostrand Reinhold.

Stahl, Agustín (s.f.) Crónica de un viaje a las Cuevas de la Mora. Artículo suelto provisto en reproducción facsimilar por el Sr. Julio Rodr♂guez Planell.

OTRAS FUENTES

Observaciones personales del autor en viajes e inspecciones de edificios y lugares históricos y contemporáneos en Puerto Rico y Estados Unidos

Conversaciones con arqueólogos Pedro Alvarado Zayas y José Rivera Meléndez, desde 2000 en adelante

APUNTES SOBRE EL HÁBITAT DOMÉSTICO EN LAS ANTILLAS (Posible prólogo para un estudio que hay que hacer)

(Originalmente sometido como requisito parcial para un curso del Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y el Caribe bajo el profesor Dr. Jorge Rodríguez Beruff)


INTRODUCCION Y CONSIDERACIONES PRELIMINARES

El hábitat es el proceso de vivir el entorno humanizado que habitamos, ocupamos y utilizamos como escenario de nuestra vida cotidiana. No debe confundirse con sus elementos constitutivos tales como lo que es el entorno entendido como artefacto físico ni solamente las costumbres y comportamientos que se llevan a cabo en dicho artefacto. En sí es un proceso dialéctico que provoca una continua influencia entre los humanos y los objetos que usan en su cotidianidad[1]. Este ensayo pretende analizar específicamente la situación general sobre uno de los componentes del hábitat, y quizá el más provocador y visible del punto de vista visual y humano: el de la domesticidad, la vivienda y las maneras de suplir necesidades personales e intimas por hombres y mujeres en el Archipiélago.

Este ensayo es una primera aproximación que se hace a un problema denso, rico en posibilidades y de bastante complejidad; pero que no ha sido adecuadamente estudiado y solo, de lo que se ha podido analizar, parcialmente documentado. Esto ha provocado que componentes importantes del hábitat hayan sufrido transformaciones adversas antes de poder ser aquilatados en sus posibilidades y ver los activos positivos que poseen. El fin ahora es examinar como la realidad del hábitat doméstico antillano ha sido documentada e interpretada por fuentes diversas, enfocando en libros y otros documentos impresos. No pretendo aquí agotar las posibilidades del problema. En todo caso, mi mayor ambición es prefaciar ahora lo que puede convertirse en un estudio más abarcador en el futuro.

Las disciplinas del hábitat son varias: arquitectura, urbanismo, ordenamiento territorial, ciencias ambientales, sociología urbana y rural, y varias otras ciencias puras y aplicadas que tocan el asunto desde diversos y múltiples ángulos. Por vivencias e inclinaciones personales del autor de este ensayo, el énfasis será arquitectónico y enfocado en los entornos que promueven la domesticidad, incluyendo viviendas, vecindarios y patrones de comportamiento que se presentan en acatamiento o resistencia a los escenarios físicos suplidos para sobrellevar la vida. Aunque el énfasis es antillano, no se pretende una representatividad entre las diversas islas de la región, limitación causada en parte por la desigual documentación que existe, así como la inestabilidad de la industria editorial para mantener en prensa fuentes fiables, por lo cual algunas claves son de difícil acceso o agotadas. El enfoque también trata de ser histórico, orientándose a las manifestaciones resistentes de hábitats formados en el pasado, y en otro sentido a plantear aunque sea en enunciado la existencia de un proceso de creación del entorno físico que prosigue como testigo de una historia en eterna prolongación.

LO DOMÉSTICO EN LA ARQUITECTURA

Tradicionalmente, las historias de la arquitectura enfocaban en los elementos singulares tales como los grandes monumentos y sobre todo en los heroicos sobrevivientes de la antigüedad. La vivienda era vista como un accidente, como pura construcción sin “arte” e inclusive durante las primeras décadas de la institucionalización académica de la arquitectura posterior a la Ilustración, era un problema que no podía ocupar los talentos del arquitecto, a menos que se tratara de palacios suntuosos donde se pudiera aplicar el vocabulario heredado de la tradición europea-levantina con libertad de presupuestos adecuada. Solo los traumas del siglo xix - los tránsitos revolucionarios y el gran crecimiento de las ciudades durante la Revolución Industrial - llevaron el asunto de la vivienda a la palestra de los arquitectos cultos[2].. La vivienda era provista hasta entonces en gran medida por maestros de obra al servicio de terratenientes, ciudadanos o pequeños propietarios, o la vivienda era auto gestionada siguiendo patrones, algunos (pero no todos) respaldados por siglos de tradición.

La gran homogenización de los entornos a partir de la progresiva globalización de los estilos, unido a las transformaciones opresivas del orden capitalista, causó una respuesta romántica en las disciplinas intelectuales. Un florecimiento temprano en el Occidente desarrollado fue el movimiento romántico en las artes, que incluyo varias escuelas de pensamiento en la arquitectura fomentando los estilos tradicionales y la forma tradicional de construir a mano y artesanalmente. Ejemplos son el Arts and Crafts angloamericano, los movimientos originados por el inglés William Morris y otros, el Deutscher Werkbund de Muthesius en la transición de los siglos xix y xx[3], y la creación de los primeros grupos enfocados en la creación de un patrimonio doméstico, enfocando ante todo en el aspecto "irregular" y pintoresco de pueblos medievales y renacentistas. La armonía "orgánica" y espontánea de los antiguos pueblos europeos fue levantada como un estandarte de resistencia a la uniformización del nuevo orden socioeconómico[4].

Esta nostalgia fue uno de los motores del movimiento conservacionista y patrimonialista que tomo particular fuerza en algunos de los países líderes de la Revolución Industrial, y dos de estos países - Francia y Gran Bretaña - eran a su vez ingentes metrópolis coloniales. Sin embargo estos países exportaban sus modernidades arquitectónicas a los países colonizados y cierto tipo de academicismo permeó varias de las ciudades eje del mundo colonial. Ejemplos pueden considerarse Dakar, capital del África Occidental Francesa y Kingston en Jamaica tras su reconstrucción luego del devastador terremoto de 1907. Pero en realidad las ciudades coloniales no eran recipientes vacíos edificables a voluntad de la moda de los países dominadores. En varios lugares las ciudades coloniales habían adquirido fisonomías muy particulares producto de su crecimiento, y no solo recuperando la imagen de los puertos metropolitanos de donde se colonizaron (como se dice del parecido de San Juan de Puerto Rico con Cádiz, o de lo que se decía de la antigua ciudad de St. Pierre de Martinica antes de su desaparición en 1902: su parecido considerable con los viejos barrios de puertos galos como Nantes y Burdeos - aunque se le llamara comúnmente el "París de las Antillas").

EL ENTORNO ANTILLANO

Pasando concretamente al mundo antillano, cuatro siglos de colonización intensa y la inserción como nodo importante de una globalización fundamentada en un núcleo capitalista ubicado originalmente en Europa, provocaron una gran discontinuidad al desaparecer bastante abruptamente las manifestaciones culturales de una población indígena que en las islas pasaba del millón. El arqueólogo estadounidense Rouse pensó que los taínos de hecho tenían una capacidad para organizar asentamientos urbanos[5] y manifestaciones culturales que los llevaron al borde de la civilización[6].

La desarticulación cultural del taíno no fue completa. A entender de este que escribe algunos elementos del entorno indígena fueron sublimados dentro de las diversas tendencias que formaron elementos de la espacialidad caribeña tales como el bohío y el batey. La evidencia arqueológica apunta a que las casas de los taínos eran generalmente de planta ovalada, algunas exhibiendo un ingenioso sistema de doble pared que facilitaba la captación de los vientos; y el uso de clerestorios en el techo[7]. Esto apunta a cierta sofisticación por parte de los indígenas del comportamiento del clima. La forma rectangular de los bohíos posteriores de la era colonial tiene que buscarse en las casas rectangulares usadas por los africanos en sus países ancestrales, en la interpretación europea, ortogonal del bohío indígena[8], o posiblemente en los carbets caribes según los franceses los describieron, estructuras con forma de prisma triangular parecidas a las denominadas tormenteras aun vistas en las zonas rurales puertorriqueñas. En este caso había carbets comunales y compartidos y también individuales por núcleo familiar, que lo rodeaban.

Los españoles, primeros colonizadores de las Antillas, al edificar sus primeros asentamientos, adoptaron dos tendencias: adaptar ciertos tipos peninsulares como las casas-fuertes y las quintas, o apropiarse de elementos constructivos indígenas y las sabidurías de su uso de materiales locales. Sin embargo en este caso la tendencia fue simplificadora, y en las primeras descripciones del bohío como las de Oviedo se ve la "racionalidad" geométrica europea ordenando la forma de la casa indígena[9]. Se puede argumentar sin temor a equivocarse que los siglos fundacionales del Caribe (xvi y xvii) fueron tanteos orientados a buscar un tipo de patrón de habitación que respondiera a los rigores del clima uniformemente caluroso y muy húmedo en diversos lugares, a la necesidad de incorporar el trabajo servil y libre para dar viabilidad económica a las colonias, y la necesidad de establecer una gran cantidad de urbes que sirvieran para dirigir la domesticación del territorio.

Aunque la plantación agrícola fue el motor productivo de las Antillas coloniales, los pueblos y ciudades que fueron establecidos por las potencias colonizadoras no fueron meros apéndices de las mismas. La historiadora francesa Anne Pérotin-Dumon, tomando como microcosmos la isla de Guadalupe, ha postulado que las ciudades antillanas de la colonia desarrollaron una dinámica propia y fueron agentes de evolución y transformación de sus sociedades. No solo eran lugares de presencia de la autoridad estatal y del comercio y contacto con las metrópolis y a veces con las islas cercanas, no siempre de forma "legal". Estas ciudades son lugares que se erigen en oposición al conservatismo rural y propalaban el cambio en las regiones no sólo por medio del mecanismo del poder. En las Antillas eran la sede de los mercaderes y comerciantes exportadores que servían para inyectar capital a las explotaciones agrícolas y mineras y desde temprano ejercían una función de dominio económico[10].

Las ciudades antillanas - a pesar de sus poblaciones, hacia principios del siglo xix, de entre 10 y 30 mil habitantes en su mayoría[11] - lograron concentrar números suficientes de personas como para generar acciones sobre todo en los planos económico y cultural que hubieran sido inimaginables en un medio rural. Las letras, el teatro, los protocolos simbólicos del poder estatal, todos cuajaron dentro del medio urbano. E igualmente las ciudades se convirtieron en las sedes de comercio de importación-exportación y ante todo de finanzas que dieron a los agricultores el oxígeno económico necesario desde mediados del siglo xviii mientras se imponía el uso del equivalente general monetario sobre formas menos sofisticadas y flexibles de intercambio de bienes. Siendo estas sociedades desde temprano altamente jerarquizadas y diferenciadas entre los grupos de gentes según su inserción en la producción de bienes tropicales y a menor grado minerales, se puede decir sin temor a equivocación que las Antillas fueron un importante laboratorio económico global para ensayar las posibilidades y limitaciones de las economías monetarizadas.

Y monetarización necesariamente conlleva concentración de recursos y por ende una estructura urbana que se sostiene por medio de cuatro medios fundamentales: a) los impuestos que permiten la existencia de un mecanismo de estado y poder superpuesto, intrínsecamente ligado a una estructura centrípeta/centrífuga de tributo y mando desde la sede del emisario del poder; b) el comercio como la realización de los valores recogidos de la tierra y procesados y que crea en casi todos los países de la región un conflicto entre comerciantes devenidos financistas y productores de la tierra; c) los servicios, profesiones y oficios que recogen necesidades compartidas por productores y ciudadanos y que tienen como su lógica encrucijada la ciudad, y d) las redes de transporte a escala global articuladas desde los puertos: facilitadoras del intercambio de bienes, y aun mas de ideas y culturas.

En resumen, las ciudades se convierten en el nudo de la dinámica socioeconómica, fenómeno universal según señala Lewis Mumford[12]. Y fundamentalmente tienen que tener residentes permanentes, los cuales se sitúan en antítesis a los campesinos y latifundistas: citadinos que confraternizan entre si y no se vinculan duraderamente con el campo.

TIPOS DE CIUDADES

Las ciudades de América tienen orígenes diversos. Algunas fueron deliberadamente (re)fundadas como sedes del poder de estado - tributario y/o militar - otras fueron nacidas como cabeceras de zonas explotadas por su producción comerciable. Hay algunas que propiamente fueron burgos, o sea, asentamientos surgidos a la periferia de una instalación allí situada por alguna ventaja geográfica, como algunas fortificaciones o lugares de concentración ritual (como los peregrinajes: en Puerto Rico, donde tenemos el ejemplo de Hormigueros). El segundo tipo - la cabecera de zona y centro de comercio - fue el prevaleciente, lógicamente, en las Antillas y en bastantes casos también coincidieron con sedes de poder[13].

En muchos países antillanos, las ciudades-sede del poder y de la economía eran diferentes lo que ha dado paso a históricas rivalidades, algunas aun presentes: San Juan y Ponce en Puerto Rico[14], Santo Domingo y Santiago en la República Dominicana, Carlota Amalia y Christiansted en las Antillas danesas (hoy Islas Vírgenes de EEUU); Basse-Terre y Pointe-à-Pitre en Guadalupe, Fort de France y Saint Pierre (hasta 1902) en Martinica. Otras morfologías urbanas llaman la atención: en el caso de muchas ciudades hispano antillanas, estas se retiran por lo militar a posiciones tierra adentro mejor defendibles, o por lo económico a lugares más centrados dentro de las zonas productivas: mientras establecen un puerto satélite a cierta distancia también de carácter fuertemente urbano. Ejemplos son Ponce, Mayagüez y Guayama (el puerto satélite de esta última es el municipio hoy separado de Arroyo, el cual sin embargo conserva su forma de ciudad-puerto hasta hoy) en Puerto Rico y los pares La Vega (hoy Spanish Town) - Puerto Real en el sureste de Jamaica y Santiago-Sánchez en tierra dominicana.

Finalmente, hay que postular las jerarquías regionales de los asentamientos - mientras se densifica la población, se van creando nuevos poblados que articulan regiones más pequeñas pero más intensamente explotadas, con las sucursales del poder de estado. Surgidas en su inicio como enclaves del clero y de la autoridad, la cual a menudo no estaba en sus inicios permanentemente allí, fueron adquiriendo personalidad durante las fases de expansión final de las economías agro exportadoras en los siglos xviii y xix; y aun en el xx en ciertos lugares.

Para controlar la complejidad de este estudio, no se toman en cuenta por ahora las ciudades hechas por empresas - generalmente ingenios azucareros - como pueblos de compañía o company towns, los cuales tienen unas peculiaridades muy específicas. Advierto que en algunos casos, estos poblados, cuando fundados en época temprana (como Falmouth en Jamaica) han madurado a asentamientos de una dinámica más convencional, y por tanto sí son objeto de esta mirada sinóptica.

Habiendo planteado esta diferenciación y taxonomía de las ciudades antillanas, queda entonces la aproximación de este ensayo hacia el hábitat doméstico de las ciudades antillanas, a abordarse eventualmente en tres aspectos fundamentales:

  • Los tipos de hábitat: del poder, del gran productor, del pequeño o precario productor, de los pobres o "ejército de reserva"
  • La vivienda como objeto: su forma, espacialidad y los valores culturales que encarna
  • La relación entre vivienda y ambiente urbano - su interacción y penetrabilidad real o simbólica

y el enfoque va a ser el testimonio de las épocas de hegemonía de la economía agro exportadora la cual se extiende, en términos generales, como parte relativamente robusta de la economía local hasta mediados del siglo xx. Se ha establecido un tanto arbitrariamente un límite de 1950 como año en el cual se detiene el análisis pero este no es rígido ya que en algunos casos la forma de lo doméstico se sigue reproduciendo aun después. Es un ambiente de urbes relativamente pequeñas al lado de las mega ciudades hoy existentes: la mayor en esa época era la Habana en Cuba, en 1950 con apenas un millón de habitantes, unas dos veces más que San Juan de Puerto Rico. La mayoría de las poblaciones antillanas de presencia regional o insular/nacional eran entonces de entre diez mil a doscientos mil habitantes y todavía relativamente compactas alrededor de centros definidos como plazas, parques o muelles. Tres fueron fortificadas - San Juan de Puerto Rico, la Habana y Santo Domingo - pero solo la primera aun conserva gran parte de los muros originales.

En las Antillas existen los trazados geométricos en damero como los más comunes, pero también hay poblaciones hechas según el principio radial, convergiendo hacia un punto de concentración. La forma actual tiende a tener varios elementos incluyendo zonas ortogonales y otras surgidas con más espontaneidad, estas últimas tienden a ser sedes del hábitat precario. Las ciudades de las Antillas españolas tienden a tener plaza central con las instituciones fundamentales de estado e iglesia frente a una plaza central, pero también hay dameros en islas de otras influencias coloniales. Algunas ciudades como Carlota Amalia en las antiguas Antillas danesas tendieron a crecer sin un plan organizador y su forma refleja la importancia económica de su puerto y almacenes, que forman un eje primario del cual se ramifica el resto de la urbe, incluyendo el distrito ortogonal llamado del "Rey" hacia el este donde se concentraban las funciones de estado. Saint-Pierre de Martinica (antes de 1902) y Basse-Terre de Guadalupe reflejan una génesis y evolución similares.

FORMAS DE VIVIENDA

Siguiendo los planteamientos del antropólogo australiano Amos Rapoport, se postula que la forma de la vivienda es ante todo de origen cultural[15], la cual logra crear decisiones sobre el carácter de la misma, si bien los materiales, el clima y factores extrínsecos como la reglamentación tienen su importancia y no pueden sacarse del medio.

Por lo tanto, se va a ver en las Antillas, generalmente, cinco tipos de viviendas urbanas con impacto en su paisaje[16]:

  • El modelo "europeizante": con formas generales tomadas del urbanismo de ciudades europeas - pero normalmente los puertos de embarque y ligazón con la región, NO las ciudades metrópoli o capitales de aquellos países. Estas viviendas derivan su forma ante todo de su relación con el paisaje urbano y la tendencia de edificarlas sobre medianeras, y se criollizan como quiera en su distribución interna, materiales y varios detalles. Se hallan en algunas ciudades puerto consolidadas durante la era colonial: La Habana, San Juan de Puerto Rico, Willemstad en Curazao, y fueron la forma prevaleciente en Saint-Pierre de Martinica antes de su desaparición en 1902. También varias ciudades de costa firme como Coro en Venezuela o Cartagena en Colombia son de este tipo.
  • El modelo criollo: estas toman una forma externa mas vinculada con elementos culturales desarrollados en el Caribe, subsumiendo detalles y elementos europeos en muchos casos los cuales se reinterpretan en una matriz espacial nueva. En las ciudades, se edifican a menudo libres sin compartir medianeras con otras e incorporan elementos tales como balcones amplios. Se hallan en todo tipo de ciudad, aunque son relativamente o bastante escasas en aquellas donde el modelo europeo prevalece. Ejemplos de estas ciudades son Ponce, Guayama y San Germán en Puerto Rico, Trinidad y Santiago en Cuba, Santiago de los Caballeros, Puerto Plata y Monte Cristi en suelo dominicano, Puerto Príncipe y Jacmel (antes del terremoto), y Jérémie en Haití, las tres - Carlota Amalia, Christiansted, Frederiksted - de las Islas Vírgenes de EEUU, Bridgetown en Barbados, Pointe-à-Pitre de Guadalupe y la gran mayoría de las de Jamaica y las otras Antillas Menores.
  • La casa pequeña o “de artesano”: Usualmente ocurre en ciudades donde existe la casa criolla como modo prevaleciente. En las ciudades de modelo europeo se relega a zonas periféricas o los pequeños empresarios viven en viviendas colectivas (ver abajo) o en viviendas señoriales subdivididas, a menudo en regímenes de alquiler.
  • La vivienda colectiva: las casas multifamiliares se subsumen a veces dentro del tipo de los tipos "europeo" o criollo y a menudo en el primer caso son arquitectónicamente difíciles de distinguir de las casas de la élite, si bien en otros casos se hacen unidades colectivas en patios o subdividiendo casas señoriales, asignando uno o dos cuartos por familia. Un caso conocido de vivienda colectiva urbana del segundo tipo es el solar habanero, reservado a personas humildes pero necesarias por sus oficios o tareas de estar presentes en la dinámica de los centros urbanos.
  • La vivienda precaria: fenómeno de creciente importancia hoy día, se acomoda en zonas o bolsillos de marginalidad, a menudo clandestinamente - a mayor o menor paciencia del estado y los propietarios de los terrenos afectados. Esta plantea una afinidad con la vivienda campesina ya que muchos de los ocupantes de estos lugares son trasplantes recientes del medio rural y su cultura de hábitat viene fuertemente sesgada a replicar lo previamente conocido.
  • Existe en rigor un sexto tipo que es la vivienda por apropiación, que tiene expresiones diversas incluyendo el squatting de edificios, muchos con propósito original no residencial; o el enclave dentro de sitios de dominio público o semipúblico (calles, cobertizos, zaguanes, portales). Aunque le dan impronta al paisaje de la ciudad, no crean nuevas realidades formales permanentes y tampoco se evalúan en este ensayo.

Los tipos criollos, pequeños y precarios han sido usualmente los más estudiados dentro de las viviendas tradicionales. Algunos estudios han sido hechos sobre las colectivas, notablemente en la Habana donde el tipo aun es abundante, aunque el estudio del arquitecto puertorriqueño Edwin Quiles San Juan tras la fachada ha esclarecido la existencia de varios tipos de vivienda colectiva densa tras la fachada "europea" de su ciudad-sujeto. Pérotin-Dumon postula la creación de casas colectivas, con varios apartamentos cada una, en Pointe-a-Pitre (Guadalupe) para subsanar los altos costos de la tierra durante su época fundacional a fines del siglo xviii[17].

Hago mi enfoque en los tres tipos antes enumerados por este hecho, y por ser en mi opinión donde existe el mayor genio cultural de constructores y maestros de obra antillanos en hacer una realidad urbana con personalidad propia y a tono con realidades culturales y de otro tipo (económico, social, político, inclusive militar).

Para los investigadores en el campo de la arquitectura, antropología e historia un estudio comprensivo sobre la evolución de la casa urbana necesita una descripción visual, formal y funcional de la misma, entendiéndose por función la manera en que la casa se usa y la manera en que los espacios fomentan o impiden determinados comportamientos y acciones: en si es la manera en que la casa-objeto interactúa con el ser humano.

Como antes dicho, una vez que se reenfoca la ciudad antillana como lugar de la presencia de un poder y cultura - sean dictadas por el Estado o la economía - esta se convierte en un protagonista de la vida colonial o nacional con la capacidad de modificar el entorno físico, espiritual y cultural de la misma. Sin las ciudades, sea como reacción contra ellas como ventosas que con sus comerciantes chupaban las plusvalías de la vida rural, o como domicilio de unos grupos ilustrados abiertos a ideas de libertad traídas por el intercambio, no se hubiera dado el cambio histórico y social que ya es conocido. Y los edificios y viviendas de las ciudades son sus bloques constitutivos que conforman el conjunto urbano.

LA CASA CRIOLLA, AÑORANZA Y ESTANDARTE

Sin duda las viviendas criollas son un símbolo de la historia antillana. Antes del contacto con Europa, buena parte de los asentamientos tropicales eran aldeas agrícolas en las cuales se agrupaban tribus o clanes, muchas veces ordenadas por un orden de proximidad topológica más que por una geometría abstracta. Las Antillas tenían dos tipos fundamentales de asentamiento: el taíno, conocido por crónicas mayormente, consistía de una agrupación de casas de pequeño o mediano tamaño - algunas de ellas albergando grupos familiares relativamente grandes - agrupadas alrededor de un espacio central que servia para agrupar los residentes y para ceremonias cacicales o ceremoniales-religiosas masivas. Sobre este tipo de asentamiento, debido a la rapidez con que se abandonó en la primera mitad del siglo xvi, no ha habido detalles claros; actualmente algunos estudios arqueológicos están empezando a definir detalles y desbancar lugares comunes.

Las casas taínas de las cuales se ha hallado evidencia mediante postes o zocos eran de planta usualmente ovalada y se ha sabido de algunas que tenían una "doble piel" que permitía recoger las brisas e inducirlas hacia el interior. No tenían cerramientos permanentes y eran relativamente altas, así disipando el calor[18]. No se han hallado pruebas de los caneyes rectangulares mencionados por los cronistas. Los Caribes de las Antillas menores fueron mejor documentados: usaban una vivienda colectiva en forma de prisma triangular - parecida de cierta forma a las tormenteras de Puerto Rico, pero más grande - denominada carbet por los franceses pero dormían en chozas más pequeñas de similar forma, dispuestas alrededor de este carbet.[19]

La tendencia de los primeros colonizadores europeos fue variada: algunos hicieron casas-fuertes como el caso de la de Ponce de León en Caparra[20], otros aparentemente fueron adaptando las formas indígenas, o trataron de adaptar vernáculos traídos de sus lugares de origen. Tras un proceso de prueba y error del cual queda muy poca documentación salvo algunas descripciones vistas por los cronistas, quienes al no tener trasfondo en arquitectura o construcción no tenían las palabras justas para describir los fenómenos el proceso, finalmente se fue configurando una tendencia a tres tipos fundamentales en las islas: las casas de hacienda, las casas en población y las chozas (huts en ingles y cases en francés). Las casas de hacienda no son parte de este ensayo y no enfocare en ellas, salvo cuando sean el mejor ejemplo disponible para ilustrar algún planteamiento.

Los primeros dos tipos tuvieron influencias mas europeas siendo estos lugares hábitats de colonos mientras que las chozas antillanas resultarían como un mestizaje de lo indígena y lo africano. De hecho, varios elementos formales de la choza antillana como su forma rectangular y techo de armadura o caballete derivan más su origen en las viviendas ya entonces construyéndose en África occidental[21]. Pero a la choza regresare más adelante.

Las poblaciones españolas del siglo xvi, primeras en afincarse en suelo antillano, se levantaron con casas "auto contenidas" normalmente organizadas, como las del país de origen, sobre extensos patios interiores que eran el centro de la vida familiar y principal punto de recibo. Como en España, las casas tendían a presentar muros al exterior y definir con las construcciones y muros perimetrales un dominio privado; la transición era por medio de grandes portones[22]. A su vez se introdujo la obra en piedra y ladrillo en islas donde hasta entonces dominadas por la arquitectura de materiales vegetales abundantes. La madera fue relegada a los techos (teja española sobre armaduras) y cerramientos. Las de San Juan tienden a conservarse en imágenes ya que la brutal re-densificación de la ciudad durante el siglo xix eliminó o alteró considerablemente todos los ejemplos existentes, pero aun puede verse su recuerdo en imágenes contemporáneas de los siglos xvii y xviii.

Igualmente, los otros poderes colonizadores ensayaron con establecer su morfología ya conocida en las primeras ciudades que fundaron. Esto le da a las ciudades "decanas" de las colonias su decidido aspecto europeo, si bien hay que advertir que como dicho antes muchos rasgos espaciales y tectónicos fueron al paso del tiempo “criollizados" o adaptados al clima y materiales disponibles. Muchos pueblos secundarios presentaban una forma improvisada; tal las descripciones verbales de O'Reilly en Puerto Rico (las casas como "palomares", 1787)[23] y las ilustraciones de Plée (1820-5)[24] de Puerto Rico y las islas francesas.

El siglo xviii, con los adelantos de la navegación y la expansión agresiva de los imperios ingleses y franceses alrededor del mundo, provocó un mayor intercambio y difusión de imágenes e ideas. A su vez empezaría una transición a un capitalismo más moderno en varias zonas coloniales sobre todo las Antillas. El vertiginoso crecimiento de zonas tales como el Saint-Domingue francés - hoy Haití - demostró la viabilidad de las Antillas como sitio agro exportador y centro económico de un comercio de exportación que podía apuntalar el crecimiento de las metrópolis.

La forma criolla pierde sus orígenes exactos en el tiempo, pero pueden hallarse unas aproximaciones bastante lógicas a su eclosión. En dibujos hechos en la tercera década del siglo xix por el explorador naturalista francés Auguste Plée (1786-1825) pueden verse en algunas vistas de las Antillas francesas y Puerto Rico imágenes donde ya se levantan viviendas que empiezan a incorporar elementos criollos tales como los grandes balcones[25]. Esto al menos plantea la posibilidad de que el estilo haya tenido auge con la expansión económica ocurrida en el Caribe luego de la paz europea de la década previa, y en el caso de Puerto Rico, con los incentivos dados por la corona española con la Cedula de Gracias del 10 de agosto de 1815. Primero hay que señalar sus características, con las diferencias respecto a ensayos previos de viviendas urbanas antillanas[26]:

  • El uso de los balcones o galerías exteriores como transición entre interior y dominio público, convirtiéndose espacial y visualmente en la característica dominante de las fachadas. Modelos anteriores no usaban balcones o los presentaban como pequeñas protuberancias a menudo sin más función aparente que proteger alguna puerta o ventana de la lluvia. Los balcones criollos son efectivamente espacios habitables y utilizables, y su papel de espacio transicional eclipsa otros métodos de transición exterior-interior.
  • algún grado de jerarquización del espacio interior. En los modelos anteriores de casas en patio, este era el espacio aglutinador principal alrededor del cual se agrupaban las celdas espaciales. En las casas criollas las salas y áreas de estar se hacen centro y foco de la vida familiar, y se hacen espacio central del cual se ramifican los demás. En algunos países inclusive la sala va a revestir cierto drama espacial al convertirse una de las paredes en una mampara decorativa semiabierta - como los llamados pasamanos dominicanos o los medios puntos de las casas de Puerto Rico. La jerarquización incluye la segregación para los grupos serviles (esclavos y luego libres) que operaban el servicio doméstico de los amos. Estos se relegaban a la parte posterior, que a menudo toma la forma de una extensión o protuberancia denominada martillo en los países hispano antillanos.
  • El patio como espacio complementario y accesorio, perdiendo su centralidad en los países hispano antillanos. El patio cumple funciones instrumentales y de desahogo - huerto, almacenaje de vehículos y bestias, mantenimiento, funciones segregadas de la casa principal por generar olores, humos, o humedad.
  • Técnicas de construcción a menudo adoptadas de la carpintería naval o de aquellas conocidas por los esclavos africanos, asunto evidente en la complejidad de muchos armazones y el uso frecuente de los techos a cuatro pendientes que se prestaron idóneos para resistir los vientos huracanados. Estas se combinan con varios tipos de materiales duros entre ellos piedra, mampostería, ladrillo y últimamente hormigón.
  • Ciertas adaptaciones al clima, especialmente el uso de plafones altos, rejillas de ventilación, uso de montantes (transoms) sobre las puertas y el empleo generalizado de persianas de madera para matizar el flujo de aire. Estas reflejan un reconocimiento de la presencia continua de brisa lo cual permite usarla para disipar el calor en combinación con la estratificación vertical (o sea, que el aire caliente suele ascender dejando el más fresco abajo. Es por eso que los altos plafones de las casas son incorrectamente vistos hoy día como un desperdicio de espacio, cuando eran en realidad herramientas necesarias para lograr mover el aire y refrescar el ambiente.
  • La casa casi invariablemente esta levantada sobre una base o zócalo: por lo tanto es necesario ascender una escalera para llegar a su interior. Esta puede ser exterior, frente (si el espacio lo permite) o al lado del balcón frontal, aunque se ha visto casos de acceso lateral (esto es común en Puerto Rico en casas de Mayagüez y San Germán). Algunas de las casas son niveles altos sobre uno inferior dedicado a almacén, tienda o comercio: en estos casos el ascenso suele ser por una escalera lateral externa o por un zaguán interior lateral.

En la mayoría de los países suele verse una tendencia a construir con dos sistemas: uno de material duro abajo, dirigido a proteger contra los fuertes vientos, y otro de armazón de madera arriba, visto como más flexible para los frecuentes terremotos de la zona. Las formas de techo generalmente son inclinadas con dos o cuatro pendientes, y las cubiertas pueden incluir teja redonda o española, teja “francesa” o acero galvanizado corrugado. La vivienda criolla en Cuba tiende a favorecer los materiales "fuertes" (piedra, ladrillo y mampostería) reservando la madera para los cerramientos y las armaduras de techo. Mucho detalle en Cuba es de inspiración renacentista o morisca, cosa apenas vista en otras islas. Otra particularidad de las casas cubanas es la evolución del balcón a un portal semipúblico que en algunos casos cubre las aceras, como en ciertas zonas de La Habana, aunque esto se ve también en provincia[27].

La vivienda “formal” en los pueblos se decanta en dos tipos generalmente visibles:

  • una que puede llamarse, como se ha dicho algunas veces en este ensayo, “señorial” que consiste de aquella donde residen aquellos con mayor capital disponible, sea como comerciante, almacenista o prestamista, o como la vivienda urbana de familias terratenientes.
  • La otra es vivienda más modesta y ubicada en terrenos de menor extensión y acostumbra albergar a aquellos con poca propiedad o quienes desempeñan trabajos asalariados u oficios esenciales para subsistir. A esta la llamare vivienda "artesanal" ya que era hábitat común de los artesanos libres de los pueblos.

Una particularidad de la vivienda es que aunque posee cierto grado de orden geométrico y simetría, este no es un concepto que amarra la forma arquitectónica de la misma. La posibilidad de añadir colgadizos y apéndices, así como estructuras accesorias dentro de los terrenos, va dando a estas viviendas una transformación paulatina en el tiempo y una particular volumetría con “personalidad”.

LA VIVIENDA DE LOS "ARTESANOS"

Los vecinos que no están directamente vinculados con el proceso de producción o distribución de mercancía – o sea, funcionarios de estado o militares (cuando no residen en sus plazas fuertes), profesionales liberales, rentistas y otros viven en uno u otro tipo de estas viviendas conforme a su ubicación social y capitales economizados. Algunos tienen sirvientes pero estos pueden ser diurnos y a diferencia de las casas señoriales no necesariamente viven dentro de la casa sino en viviendas precarias imbricadas dentro del tejido urbano[28].

Las viviendas artesanales poseen algunos elementos formales de las señoriales aunque a grado más modesto. En algunos paises, por la falta de espacio interior, se prescinde del balcón, pero (al menos en el caso de Puerto Rico) no siempre así. Algunos de estos trabajadores pobres pueden tener viviendas precarias insertadas no dentro de arrabales sino imbricadas de forma aislada dentro de intersticios en las manzanas de la ciudad formal, cuando no ocupando las periferias inmediatas a veces alineándose en la matriz urbana (como se ve en ciertas fotografias de principios del siglo xx).

En muchos lugares estos grupos sociales vinculados ante todo por su capacidad económica se categorizar por medio de su trasfondo de origen o inclusive por su color de piel. En ciertas Antillas como en las francesas y muchas inglesas hay una tendencia bastante nítida de que los vecinos, conforme a su origen y razones para su migración a las islas, a ubicarse en determinadas posiciones en la sociedad, y presentan en su hábitat una clara diferenciación económica de su posición.

En el caso de las casas denominadas criollas esto tiende a crear cierta jerarquía basada en el tamaño de la casa y el frente de calle, el cual se puede medir con la cantidad de crujías de ancho que tenga. – cada crujía representa una habitación o espacio habitable de ancho. Hay muchos casos donde las casas tienen una sola crujía de ancho extendiéndose en profundidad. Esto es así con cierto tipo de casa vista originalmente en Haití, la cual fue adoptada en ciudades costeras del golfo de EE.UU. donde recibieron el apelativo de shotgun houses. El antropólogo estadounidense John Michael Vlach ha hecho varios estudios importantes donde ha hipotetizado con bastante evidencia la migración de este patrón desde las viviendas artesanales urbanas y campesinas de la isla antillana.[29]

En población se puede encontrar la presencia de un grupo de empleados asalariados, artesanos (herreros, toneleros, carpinteros, zapateros, sastres, etc.) que sin tener propiedad agrícola sirven a los residentes de y visitantes a la ciudad pero que no disponen generalmente de grandes sumas de dinero ni acceso a los mejores terrenos en ciudad.

LAS VIVIENDAS PRECARIAS

Ya desde el siglo xviii se van observando asentamientos perifericos irregulares que corresponden a las poblaciones mas pobres, creciendo en los margenes, laderas y zonas no deseadas proximas a los pueblos. Inclusive en San Juan, con todo y su regimentacion de ciudad amurallada, aparecen segun Edwin Quiles varias zonas informales ubicadas hacia la parte norte de la ciudad, incluyendo la primera iteración de Ballajá y otro sector llamado “Culo Prieto” no lejos de lo que es hoy La Perla, solo que esta vez en intramuros[30].

De la informacion que se ha recogido estas casas precarias tenian gran similitud con los bohíos o chozas rurales, siendo usualmente ocupadas por recien llegados de los campos o plantaciones, aunque tambien recogian pobladores urbanos que por su insolvencia no podian vivir en una casa propia ni alquilada "decente". Pérotin-Dumon ha identificado tambien zonas precarias surgidas a principios del siglo xix en las dos poblaciones de Guadalupe, y esto se debe a la formación de trabajadores pobres libres que crean un intersticio de libertad frente a la esclavitud, aun entonces en vigor[31].

Ahora bien, estas viviendas - las artesanales y las precarias - forman la base para el otro polo importante del vernaculo antillano que se puede denominar "cabaña" - los francoparlantes Berthelot y Gaumé usan su equivalente, "case". El tipo de la cabana se halla practicamente en todos los paises antillanos y el estudio Kaz Antiyé: jan moun ka rété de estos autores (del cual mas abajo hablare otros detalles)[32] hace una taxonomia comparativa de las vistas en distintos lugares del Archipiélago, e igualmente postula tambien su similitud con modelos africanos comparandola con la de la etnia Boni, cimarrones de origen africano de las Guayanas sudamericanas, de la cual pudieron extraer información sobre su vernáculo.

Las cabañas usualmente son de una a cuatro habitaciones normalmente subdivididas en partes iguales, tienen forma cuadrada o rectangular y un techo de dos o cuatro pendientes. Por su tamaño reducido, muchas en su forma original carecen de balcón aunque a menudo es añadido. Muchas de estas casas crecen con la adición de colgadizos adheridos a los lados. Muy frecuentemente se hacen de una manera tal que puedan ser desprendidas de sus cimientos y transportadas, lo cual es una necesidad para los trabajadores rurales de la caña quienes no tienen derecho a usufructuar la tierra, a menos que sean empleados de una central o de un colono particular. Esto ha dado nombre a algunas de estas casas, en particular la denominada chattel house (la palabra inglesa chattel se traduce más o menos como "propiedad mueble personal") en la isla de Barbados.

LOS ESTUDIOS SOBRE EL VERNACULO ANTILLANO

En general, los estudios sobre arquitectura vernácula son de relativamente reciente factura, y en su gran mayoría surgen durante el siglo xx. No que el vernáculo no tenga record previo: de hecho, muchas veces hay descripciones muy precisas en la literatura, especialmente en la narrativa realista que fue principal desde mediados del siglo xix. Usualmente estas viviendas pobres eran metáfora para los cuentistas y novelistas de miseria y atraso, en algún caso imagen de un primitivismo curioso que solo entonces, con la intensificación de las exploraciones europeas en África, Asia y Oceanía, se iba dando a conocer. Con el paso de las décadas, el vernáculo - particularmente el no-occidental - se ha convertido en objeto de curiosidad clínica sobre todo por antropólogos y algunos arquitectos.

El enfoque estructuralista sobre las formas del vernáculo, catalogando las viviendas ante todo por su forma y estableciendo tipos que se entiende son reproducidos sistemáticamente es un desarrollo relativamente reciente. En las Américas, posiblemente el estudio-ejemplo para este enfoque es Folk housing in Middle Virginia[33] (1975) del antropólogo estadounidense Henry Glassie, el cual estableció una metodología para muchos estudios posteriores. En esta los sujetos, las viviendas son vistas como artefactos que por su forma y evolución (muchas veces fácilmente determinable ya que las huellas del cambio quedan en el sitio) expresan una historia oculta, de hecho Glassie las define como el texto más elocuente de la historia de los pobladores de la región. Emplea métodos tipológicos inspirados en el estructuralismo para hacer una catalogación de las casas-artefacto. Sin embargo, él plantea que la diferencia real entre la arquitectura vernácula y la culta no es su esencia, materialidad ni proceso de diseño y construcción: sino mas bien la falta de reconocimiento de la misma en el canon oficial de la arquitectura con pedigrí[34]. El vernáculo "sato" no ha sido materia sustantiva de estudio por los arquitectos de las Antillas hasta fecha relativamente reciente.

Esto no quiere decir que haya descripciones previas: muchos de los libros-testimonio hechos por cronistas, viajeros y funcionarios tienen descripciones a veces someras sobre la casa vernácula. En el caso de Puerto Rico las descripciones de Fray Iñigo Abbad y Lasierra[35] y del Mariscal Alexander (Alejandro) O'Reilly son bastante conocidas. También abundan en la literatura de corte realista escrita en el Archipiélago desde el segundo tercio del siglo xix y a veces en el arte pictórico (el impresionante Velorio de Francisco Oller[36] viene a la mente). En algunas narraciones los distintos ambientes domésticos ayudan a ubicar y diferenciar personajes en las tramas: solo citaré para ejemplo dos novelas: El negocio (1893-1903, publicada 1922)[37] del puertorriqueño Manuel Zeno Gandía, y ambientada en la ciudad de Ponce a fines del siglo xix; y Rue Cases-Nègres (1948)[38] del martiniqués Joseph Zobel, sobre la vida de un joven que sale del cañaveral a la ciudad y luego logra hacer estudios universitarios. Posteriormente los científicos sociales hicieron sus propias descripciones, aunque como auxiliares de crónicas sociales y no como un asunto de estudio primario en sus obras.

El vernáculo arquitectónico como motivo de estudio serio y autónomo en las Antillas no vino a verse hasta los años 1970. Entre enero y febrero de 1979, la antropóloga estadounidense Carol F. Jopling visito Puerto Rico e inicio un trabajo de investigación sobre la casa puertorriqueña adaptando los procedimientos iniciados por Glassie y los postulados culturalistas de la forma de Rapoport, para lo que se hizo un extenso reconocimiento de toda la isla[39]. Solo en 1988 salió el libro producto de esta investigación, Puerto Rican Houses in Sociohistorical Perspective[40], en el cual se establece ante todo un análisis tipológico de la casa puertorriqueña, mayormente en zona urbana. El estudio de Jopling es ante todo descriptivo, si bien también incluye un trasfondo histórico. Pero no se establece nítidamente un modelo de evolución de los tipos y las categorías estilísticas y descriptivas usadas por la autora en su taxonomía no han sido exentas de crítica ya que ella cataloga las casas estudiadas solo por su tipo formal y su estilo ornamental.

En 1982 el arquitecto guadalupense Jacques "Jack" Berthelot y su socia francesa residente en la isla, Martine Gaumé, publican posiblemente uno de los estudios más serios sobre el tema del vernáculo antillano bajo el titulo creole Kaz Antiyé- Jan moun ka rété (“Cabaña antillana - forma nuestra de habitar”, en adelante "KA") y subtitulado, esta vez en su francés original, como L'habitat populaire aux Antilles[41]. KA es un estudio monográfico de la cabaña antillana como expresión de una cultura y forma de habitar, y se arraiga mucho mas exitosamente en trasfondos históricos y antropológicos. Además se aborda el sistema de construcción como proceso formativo del hábitat y manifestación de solidaridades familiares y comunitarias[42]. KA además hace un estudio comparativo del tipo cabaña a través de diferentes países mostrando como cada isla marca diferencias[43].

Inclusive KA se plantea si el modelo de cabaña puede subsistir dentro de la modernidad que ha transformado el entorno antillano[44]. Estilo constructivo basado en la madera, el vernáculo de la cabaña no ha traducido bien a las exigencias del material y aun al momento de escribir este ensayo, tantea con una forma mas actualizada, situación agravada por la introducción de la vivienda producida en masa y la tendencia de esta a dividirse en numerosas habitaciones pequeñas y espacio de bajo puntal, ambas cosas en negación abierta del clima y de los patrones sociales tradicionales.

Otros elementos del vernáculo han sido estudiados temáticamente. El autor de este ensayo ha hecho varios intentos de documentar los patrones vistos en la envoltura del espacio doméstico y la transición entre público y privado, postulando tres patrones - el batey, el zoco o elevación de la casa, y la presencia del balcón - como fundamentales en el caso de Puerto Rico[45]. Luego se ha hecho otro estudio más extenso del batey como idea y, en cierto sentido, imaginario[46]. El balcón, si bien tomando sólo los ejemplos de Santurce, ha sido examinado in extenso por un libro reciente[47] del arquitecto puertorriqueño Edwin Quiles; el papel social del balcón como espacio eje de la cotidianidad urbana es ampliamente discutido allí.

En otros países ha habido interés por detallar estos elementos del vernáculo y en este sentido la porción de "Arquitectura vernácula y popular" redactada por el arquitecto dominicano Esteban Prieto Vicioso de un reciente libro sobre la arquitectura de su país es notable por la amplitud de miras que trae a la discusión de su sujeto[48].

Prieto indica que ya en los 1980 se había hecho una exposición viajera sobre el vernáculo antillano que se llego a exhibir en varios países y que propicio una definición articulada a nivel regional, la cual fue postulada durante un seminario hecho en la (irónicamente, moderna) ciudad caribeña mexicana de Cancún en 1989, y que dice:

“La arquitectura vernácula del Gran Caribe es el resultado de la mezcla e integración de las experiencias formales y constructivas de la población aborigen de la región y de los aportes africanos y europeos; de ahí su riqueza cultural singular y distintiva, ya que se trata de una arquitectura que responde a una unidad familiar y demás edificaciones de actividades complementarias de la comunidad, con materiales propios de la región, que mantiene sistemas constructivos específicos con la presencia de elementos industriales simples cuyo resultado volumétrico, sus relaciones espaciales, el color y el detalle identifican al grupo que la produce, respondiendo a una manufactura artesanal siempre con la participación del usuario”. [49]

El vernáculo, con mayor o menor interpretación ahora tiene lugar en muchas historias o manuales recientes de la arquitectura antillana, y la casa va recuperando su valor frente a los edificios de mayor valor monumental o simbólico que han sido tradicional énfasis por muchos autores. En Cuba parte de ese vernáculo temprano fue explorado por Weiss y Sánchez[50] en época temprana; luego otros escritores como las estadounidenses Pamela Gosner[51] – advirtiendo que su libro, que también cubre a Santo Domingo y Puerto Rico, no es un estudio erudito sino de divulgación – y Rachel Carley[52] han enfocado la casa, en sus diversas iteraciones, como uno de los puntales arquitectónicos del patrimonio de la antilla mayor. Por otra parte, la cubana Lillian Llanes también trata extensamente el ambiente doméstico de su país[53] aunque la falta de planimetrías hace un poco difícil comprender algunas relaciones espaciales que ella describe. Sin embargo describe prolijamente las casas analizadas y vincula su forma con el comportamiento social de la época en que se levantaron.

En un artículo poco conocido en Puerto Rico por haberse editado en inglés en Jamaica, el puertorriqueño Jorge Ortiz Colom del Instituto de Cultura Puertorriqueña (redactor de este ensayo) también entra en cierto nivel en las características de la casa puertorriqueña – sanjuanera y fuera de la capital – con el fin de adjudicarle características particulares a cada tipo conforme a la época en que surgieron[54]. La brevedad del artículo sin embargo no permite la profundización adecuada.

En el caso de Puerto Rico la obra escrita del arquitecto Jorge Rigau es fundamental, por la profundidad de su documentación, para entender ciertos elementos de la forma urbana y doméstica. En este caso su obra más útil es su estudio sobre la arquitectura puertorriqueña, Puerto Rico 1900[55], especialmente los capítulos i, sobre la reglamentación urbana, y el iv, denominado “La cosecha” donde analiza de forma somera y muy general varios tipos de obra que conforman la fisonomía urbana puertorriqueña, en especial las casas individuales o multifamiliares y las escuelas. .

En las Antillas menores la bibliografía aunque más difícil de ubicar existe. Hay que notar el libro cuidadosamente anotado, aunque un poco parco de ilustraciones, sobre St. Thomas de Frederik Gjessing y William Maclean[56] y otro de ilustraciones de Carlota Amalia por Edith de Jongh Woods[57] que aunque no penetra los interiores muestra con clínica precisión de dibujo a mano alzada el carácter público de las casas santomeñas. No hay libros similares sobre la vecina isla de St. Croix pero existe una excelente crónica del desarrollo del movimiento patrimonialista en esa isla otrora emporio azucarero y comercial[58].

La antes mencionada Pamela Gosner tiene un libro sobre Jamaica, Haití y las Antillas Menores[59] que como el otro es de divulgación sin pretensiones eruditas. También se ha examinado un libro sobre Jamaica de la autoría de Geoffrey de Solá Pinto con ilustraciones y edición de Anghelen A. Phillips que ayuda a conocer algo sobre las casonas criollas de dicha isla anglófona[60] . Hay otro material esparcido mayormente por anuarios, revistas, artículos de prensa y material de divulgación turística. Un libro de especial mérito, aunque su enfasis no es urbano, es el de Jean-Luc Cailloux, Nathalie Hérard y Philippe Hochart sobre la islita francesa (y por un tiempo sueca) de San Bartolomé[61], el cual usa un enfoque analítico bastante parecido al visto en KA y establece tipos diferenciados de viviendas, e igualmente proyectos modernos basados en la tradición.

En 2009, el Institut pour la Sauvegarde du Patrimoine National (ispan) de Haití inició una serie disponible por vía cibernética de boletines en formato *.pdf que están ayudando a difundir los valores del patrimonio haitiano[62]. Han presentado imágenes, entre otras, de las casas de la olvidada ciudad sudoccidental de Jérémie – en donde se hizo una exposición sobre este patrimonio en peligro; el colosal y deteriorado mercado Vallière (también llamado por su nombre genérico “de Hierro”) de Puerto Príncipe, el Palacio Nacional, hoy en ruinas, y varias de las fortificaciones ubicadas en varios sectores del país. El desastroso terremoto del 12 de enero de 2010 ha aguantado - aunque no del todo - este ingente esfuerzo de publicación.

Finalmente hay que anotar el creciente acervo, casi todo inédito[63], de documentos de inventarios y descripciones que han sido acopiadas por organismos estatales o privados de patrimonio y el creciente interés de muchos antillanos de reevaluar su historia y ver en sus casonas antiguas valores importantes de la historia y la cultura.

Otra parte posterior de este estudio, tras el estudio del cuadro físico de la domesticidad, es el acopio de los testimonios sociales de la vida domestica que se han hecho mayormente por medio de la literatura, pero en forma creciente por parte de la historia y de las ciencias sociales. Ya hay estudios hechos sobre la esclavitud urbana en varios lugares, y existe un libro sobre este tema en San Juan, escrito por el Dr. Mariano Negrón Portillo y Raúl Mayo Santana[64].

Advierto que este listado precedente de obras escritas no pretende ser completo ni exhaustivo y hay importantes omisiones; pero al menos explica las fuentes que fueron accesibles durante el periodo de redacción de este ensayo. Dejo sin embargo para lo que sigue una muy conocida: el libro ilustrado Caribbean Style.

CARIBBEAN STYLE: EL "FAR NIENTE" EN LAS ISLAS ENSANGRENTADAS

En esta parte del estudio analizo críticamente el libro Caribbean Style de Slesin, Cliff et al. ("CS")[65], el cual aunque no posee pretensiones académicas ni totalizantes sobre la arquitectura antillana, sí parece propalar una ideología romántica y elitista sobre lo que es su hábitat doméstico tradicional. El enfoque particular que CS da a los hechos de la casa tradicional, de grupos acomodados o (a veces) humildes, precisamente construye un imaginario excluyente que sirve para informar al Otro, el lector del Norte global, quien construye su visión de las Antillas a partir de libros como este.

Se promueve la imagen del Caribe ante todo como un lugar de far niente[66], tal y como lo articula la prologuista, la cronista de viajes y periodista galesa Jan Morris (quien, a su vez es una importante figura en la historia del movimiento transgénero)[67]. Para Morris el fenómeno sensorial priva en la experiencia antillana, y el exotismo de la otredad de su cultura (frente a los valores del Primer Mundo) parte de su encanto. Reconoce que la violencia climática y social ha hecho su parte[68], pero para ella y otros redactores del libro es algo remoto, olvidable, quizás romántico ya que es visto desde una distancia emocional y no una proximidad vivencial.

La atención a la diversidad de orígenes e influencias de la arquitectura antillana no está exenta en los argumentos de CS[69] pero la visión insistente sigue siendo romántica y en cierto sentido hasta antiséptica. Hay pocos recuerdos del mundo del trabajo, y cuando se presentan se muestran en su emocionante decadencia, un tanto siguiendo el díctum de John Ruskin, escritor inglés del siglo xix, de que las ruinas expresen el paso del tiempo y que no deben ser artificialmente revividas con la restauración. Así se ven panoramas de haciendas cañeras y cafetaleras a veces abandonadas[70]; y las cocinas y fogones y otros lares poblados otrora por los esclavos domésticos de las casas como lugares donde subsisten objetos de curiosa plasticidad.

El merito principal de la obra, además de los perspicaces análisis de Berthelot y Gaumé - parte de cuyos planteamientos de Kaz Antiyé se incorporan a la obra como una especie de apéndice - son las estupendas fotografías del francés Gilles de Chabaneix, las cuales ilustran cuidadosamente muchos de los elementos seleccionados para documentar por los editores. El sesgo es definitivamente hacia las islas francesas e inglesas: solo hay dos páginas de Puerto Rico, con cuatro fotografías de San Juan - una de ellas una vista parcial de la "Casa Blanca", vivienda ancestral de los Ponce[71]. No hay nada de la República Dominicana - aunque bastante de Haití - ni de Cuba, las holandesas ni las pertenecientes a países de “costa firme” continental. Esto a entender de éste que escribe tiende a fomentar el sesgo mayor a identificar la casa criolla, según explicada anteriormente, como la quintaesencial vivienda antillana. (Aunque al menos dos de las casas, Rose Hall cerca de Montego Bay en Jamaica y Saint Nicholas Abbey (sic) en Barbados, son en muchos detalles trasplantes de formas rurales inglesas al trópico, conservando elementos tales como el detalle neoclásico y las ventanas de guillotina vidriadas, sin concesión a las rejillas y agujeros de ventilación vistas en las casas "criollas"[72].)

Existen cuatro categorías de casas según los autores de CS: las de plantación, las casonas urbanas (las aquí llamadas criollas), las casas populares (que incorporarían las variantes de la cabaña y las casas artesanales de los pueblos) y las contemporáneas - incluyendo construcciones totalmente nuevas y otras adaptaciones de viviendas existentes. También hay un capítulo sobre jardines (y huertos caseros), asunto que merece su análisis propio y del cual no abundo aquí. El Architectural Notebook, basado en el libro antes citado Kaz Antiyé, entra como apéndice.

CS reconoce, para su merito, la importancia del paisaje agreste y exuberante de las islas para entender la respuesta del hábitat allí levantado. Pero otra vez es un paisaje de vistas distantes, encuadrado para no reconocer los problemas serios del medioambiente como la degradación urbana y rural, la contaminación, la erosión de las tierras fértiles y tala de bosques, la urbanización excesiva y a menudo excluyente en las costas y planicies y la penetración en nombre del turismo de una mercantilización de la "experiencia" antillana. No se pretende necesariamente que esa fealdad cotidiana se asome en un libro con una orientación romántica y pintoresca, pero al menos algún reconocimiento a esa fragilidad del ambiente antillano debe al menos indicarse en el texto.

También, aunque de forma limitada, hay algo de romantizar la pobreza, especialmente en las imágenes de las casas rurales en Haití. Aun a pesar de los ángulos de toma, algunas de las casas retratadas presentan cierto grado de decadencia: algunas lucen desaliñadas o despintadas, a veces viéndose al fondo estructuras accesorias en ruina. Hay algunas vistas de los sistemas estructurales (sobre todo en el Architectural Notebook que recoge parte del análisis de Berthelot y Gaumé) pero en gran medida el enfoque de las imágenes es en las decoraciones "culturalmente apropiadas" (o sea, conformándose con la expectativa del Norte Global de lo que debe ser "El Caribe") o en la espacialidad formada por los intensos contrastes de luces y sombras.

CS es una crítica velada sin embargo a la cultura tradicional del diseño. Tiene el valor de ser en cierto sentido una protesta contra el afán totalizante de la arquitectura de la segunda mitad del siglo xx, amplificada por una pedagogía y divulgación que idealiza al arquitecto como conformador, quizás la mejor palabra es "zar", de la espacialidad. Cuando hay obras de arquitectos presentadas en el libro - incluyendo la propia casa del arquitecto Berthelot - estas se legitiman en cuanto beben de la fuente de la expresión "genuina" vernácula. Este cuestionamiento de la capacidad del arquitecto de dar formas - la aporía de la filosofía que anima la alta cultura de diseño intensificada por el advenimiento del Estilo Internacional - apunta a legitimar una espacialidad "del pueblo" la cual se apropia por ser vista como "genuina". Pero aun así subsiste cierta "otredad" de este ambiente, que casi es pero no logra llegar a ser una vivencia del humano moderno occidental. Aunque no tan dramático como con el caso del oriente asiático, puede recordarse aquí la crítica de Edward Said en Orientalismo de que "[t]oda época y toda sociedad recrea sus 'otros'"[73] .

Inclusive el eurocentrismo abierto se revela a veces, como imagen de un buen gusto transportado a, y compartido por, los isleños. Como ejemplo se puede citar un caso ocurrido al autor de este ensayo muchos años después de la publicación de CS, en el caso de una residencia del barrio puertoprincipeño de Bois-Verna, obra del conocido arquitecto haitiano Georges Baussan[74] (a quien no se le da crédito en el libro). Esta casa hecha para la familia Sam - que tuvo entre ellos a presidentes del país - y luego comprada por un militar zarista ruso exiliado - presenta un exuberante trabajo de pintura en lona adherida a muros y plafones en la sala. Los autores de CS no dieron el nombre del artista y alegaron que se trataba de un "Parisian artist" que lo pintó en 1901. Posteriormente los herederos de la casa se comunicaron con este servidor y otras personas buscando información sobre el autor de las pinturas... quien resulto ser el puertorriqueño Ramón Frade León (Cayey, 1875-1954)[75]. Detalles como este caso van explicando los giros inadvertidos de las solidaridades entre las islas, y la madurez del talento cultural desarrollado en esta región.

CURIOSIDAD... ¿CASAS ANTILLANAS EN FILIPINAS?

Mientras estudiaba y preparaba este ensayo el autor pudo examinar un capitulo de un libro editado en Filipinas que examina y exalta los valores de la casa "mestiza", generalmente urbana de ese país, conocida como bahay-na-bató ("casa de piedra", en tagalo)[76]. Los propios filipinos establecieron unos supuestos orígenes antillanos de estas viviendas, las cuales aunque poseen superficialmente varios elementos comunes - en su mayoría respuestas al clima que es similar al antillano - son en realidad de una génesis distinta. Fernando Zóbel de Ayala, historiador hispano-filipino, plantea que el bahay-na-bató tuvo dos fases: una clásica, con ambos niveles en material duro y simbolizado por muchas de las casas existentes en la histórica ciudad septentrional de Vigán; y una etapa antillana en la que el segundo nivel se transforma a madera y adquiere voladas (balcones cerrados) perimetrales[77].

El antropólogo filipino Fernando Ziálcita Nakpil escribe que existen diferencias sustanciales entre la casona de ese país y lo visto en Latinoamérica, aunque una influencia española sobre el bahay-na-bató es innegable. Pero existen elementos autóctonos, chinos y otros de la América hispana (notablemente México, país que tuvo contactos importantes con Filipinas durante su época colonial)[78]. Sin embargo, en gran medida, Ziálcita afirma que lo ocurrido en su país fue un desarrollo paralelo e independiente, que si acaso demuestra la capacidad de que se generen rasgos culturales similares entre países y lugares que apenas han tenido contacto entre sí. De hecho, la casa humilde rural o bahay-kubo tiene un parecido considerable con la case o cabaña antillana, si bien tenia variantes notables como una plataforma utilitaria y aislada del resto de la casa, usada para limpieza y cocina, que también se transmitió al bahay-na-bató como un elemento llamado "azotea", que no tiene equivalente tipológico exacto en América.

Sin embargo, el bahay-na-bató, al compararse con algunas casas antillanas, sobre todo en su secuencia espacial de acceso y escaleras, hacen pensar en la posibilidad de un ancestro común de ambos - el bahay-na-bató no existió en la era prehispana - y de alguna difusión de rasgos antillanos posiblemente por medio de los funcionarios coloniales españoles y luego norteamericanos que sí frecuentaron por igual a Filipinas y las Antillas. Inclusive se dio una especie de "modernismo" arquitectónico que en lo formal es algo similar a lo que nota Rigau sobre Puerto Rico y algunos otros lugares del Caribe hispano a principios del siglo xx [79].

LA PRESENCIA DE LA CASA ANTILLANA Y SU VALOR PARA LA CULTURA Y PARA EL MUNDO

La casa, el artefacto de la vida domestica antillana, pues, no es un objeto incidental ni una parte insignificante de la cultura. Al contrario, ha sido un magnifico sincretismo de culturas y vivencias en la cual se ha experimentado, mucho mas que en casi cualquier otro lugar del mundo, con establecer nuevas formas de convivencia. Liviana, casi modular, a menudo solo posada sobre la tierra, en cierto sentido antimonumental, la casa antillana es un proceso de buscar viabilizar la vida en condiciones inéditas para muchas de las culturas y etnias que han ocupado este Archipiélago. De hecho necesitó convertirse ante todo en un objeto funcional cuya forma en su expresión más lograda cristaliza una claridad espacial y una legibilidad que la exuberante ornamentación no oculta.

La apreciación y defensa de la misma, evitar en lo posible la desaparición de las casas existentes, buscar nuevos usos para las que así lo necesiten e incorporar las lecciones de espacialidad en las construcciones modernas es tarea que nos compete hacer para futuras generaciones[80]. Como comenté en el artículo publicado en Jamaica en 2004:

Since the year 1949, when the old San Patricio farm south of San Juan Bay began seeing the earthmovers and concrete trucks place row upon row of identical 900-square-foot houses in postage-stamp lots, the destiny of urbanity and collective life in Puerto Rico [y, añado ahora,también buena parte de las Antillas] was sealed and destined to become a tropical travesty of American edge-city anomie. Only now the more perceptive professionals are searching for solutions that may recover, among other elements, the lessons of the past, without a nostalgic return to what is already obsolete. But its conservation is an imperative as it gives an unavoidable reference that can be a beacon for intelligent spacemaking in the future[81].

`Mantener el referente del pasado es esencial si queremos que el futuro de nuestros países mantenga su esperanza y logre superar las crisis actuales.

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[1] Esto fue motivo de estudio dentro de mi tesis de maestría, particularmente la teoría que se analiza en el capítulo 1. Ortiz Colom, Jorge: Facilitación en la arquitectura - el arquitecto como interventor social. Rio Piedras, Universidad de Puerto Rico, 1980. Facultad de Arquitectura UPR. Tesis.

[2] La primera instancia mencionada de vivienda social diseñada por un arquitecto en Inglaterra, por ejemplo, fue un proyecto de un tal Henry Roberts en 1844. Frampton, Kenneth: Modern Architecture: a Critical History. Londres: Thames and Hudson, 1992, p, 21.

[3] Frampton: op.cit., pp. 42-50; 109-111.

[4] Los principios pintorescos (a veces llamados townscape) fueron usados aun avanzado el siglo xx sobre todo por arquitectos y urbanistas de los países germanoparlantes y los ingleses. El padre de este movimiento es el austríaco Camillo Sitte (1843-1903), quien fomentó la construcción de paisajes urbanos tomados del mundo clasico y medieval y favoreció un urbanismo fluido e irregular. Fue autor del libro Der Städtebau nach seinen künstlerischen Grundsätzen ("El Urbanismo segun sus principios artisticos"), editado en Viena en 1889, en el cual expone estos principios. Ver también a Frampton: op.cit., p. 25.

[5] Rouse, Irving. The Tainos. New Haven, Yale University Press, 1992, p. 9.

[6] "Classic Taino culture has been termed Formative because it was on the verge of civilization." (mi énfasis) Rouse, op.cit., p. 19.

[7] Rivera Calderón, Virginia. El yacimiento de Luján en Vieques. Conferencia presentada el 4 de diciembre de 2008 en el Centro de Convenciones Municipal de Barranquitas. Primer Seminario sobre Arqueología de la Universidad Interamericana, Recinto de Barranquitas. Notas tomadas por JOC.

[8] Ver ilustración en Rouse (calcada de Fernández de Oviedo), op.cit., p. 10.

[9] Fernández de Oviedo y Valdés, Gonzalo. Historia natural y general de las Indias.

[10] Pérotin-Dumon, Anne. La ville aux îles, la ville dans l'île. París, Karthala, 2000, pp. 73-82.

[11] Pérotin-Dumon (op.cit. p. 78) presenta una tabla bastante completa.

[12] Mumford, Lewis. The City in History. Nueva York: Harcourt, prefacio.

[13] Perotin-Dumon, op.cit., pp. 68-75.

[14] Sobre la rivalidad San Juan-Ponce, ver: Quintero Rivera, Ángel G.: Ponce la capital alterna. Edición del autor, 2004.

[15] Rapoport, Amos. House Form and Culture. Englewood Cliffs: Prentice-Hall, 1969, capítulos 1 y 2.

[16] Esta es una clasificación que he desarrollado a base de diversas fuentes y documentos estudiados a lo largo del tiempo. Especial importancia tienen los escritos de Luis Enrique Romero (Latinoamérica: las ciudades y las ideas. Buenos Aires, Siglo xxi), Jorge Enrique Hardoy (varios), Anne Pérotin-Dumon (op.cit., capítulo liminal) y otros.

[17] Pérotin-Dumon, op.cit., pp. 448-462.

[18] Información recogida de la conferencia de la arqueóloga Rivera Calderón (ver nota 7) y de conversaciones personales con otros arqueólogos.

[19] Tomado de las crónicas francesas sobre los indios Caribes. El resumen usado para este ensayo fue tomado de: Sainton, Jean-Pierre. "Aperçu historique / The Historical Background: A Sketch / Pa bò listwa" en: Berthelot, Jack y Martine Gaumé. Kaz Antiyé, jan moun ka rété: l'habitat populaire aux Antilles. Pointe-à-Pitre: Perspectives Créoles, 1982, pp. 45-61, en especial la cita del padre Breton (en francés pp. 47, 48; en inglés p. 49).

[20] Delgado Mercado, Osiris. Historia de las Artes Plásticas en Puerto Rico, vol. 1, pp. 89-105.

[21] Berthelot y Gaumé,op.cit., p. ; Ferrer, Melba: "African roots take hold in local architecture" (entrevista con Jorge Ortiz Colom), The San Juan Star, 23 de octubre de 2004, pp. 19 y 21.

[22] Ver dibujo de Baltazar Vellerino de Villalobos en: Sepúlveda Rivera, Aníbal: San Juan. Historia ilustrada de su desarrollo urbano. San Juan: Carimar, 1989, p. 61 [Museo Naval de Madrid, ms. 1657].

[23] O'Reilly, Alejandro. "Memoria de D. Alexandro O'Reylly [sic] sobre la Isla de Puerto-Rico" (1765). En: Tapia y Rivera, Alejandro (ed.). Biblioteca Histórica de Puerto Rico: Obras completas Vol. 3. San Juan, Instituto de Cultura Puertorriqueña, 1970, p. 628. (Edición original: Madrid, 1854.)

[24] Alegría, Ricardo E. "Los dibujos de Puerto Rico del naturalista francés Augusto Plée (1821-1823)". Revista del Instituto de Cultura Puertorriqueña, núm. 68 (julio a setiembre 1975), pp. 20-41. Sobre la vida de Plée y varias vistas de otros lugares la fuente más autorizada es: Thésée, Françoise. Auguste Plée (1786-1825), un voyageur naturaliste. París: Éditions Caribéennes / L'Harmattan, 1989.

[25] Ibid.

[26] Estas características han sido desarrolladas por este servidor por observación de documentos e imágenes de ciudades y paisajes de diversos países.

[27] Llanes, Lillian. Casas de la vieja Cuba. Hondarribia (Gipuzkoa, Euskadi, España): Nerea, 1999. Fotografías de Jean-Luc de Laguarigue.

[28] Esto se ha visto en algunos pueblos de Puerto Rico, tales como Guayama y Ponce (observación personal).

[29] Vlach, John M.: Sources of the Shotgun House. African and Caribbean Antecedents for Afro-American Architecture. Disertación doctoral. Departamento de Folklore, Universidad de Indiana, 1975. 2 vols.

[30] Quiles, Edwin. San Juan tras la fachada. San Juan: Instituto de Cultura Puertorriqueña, 2003.

[31] Pérotin-Dumon, Anne, op.cit., pp. 476-484 (caso de Basse-Terre, capital administrativa de la isla).

[32] La ficha bibliográfica está en la nota 19.

[33] Glassie, Henry. Folk Housing in Middle Virginia. Knoxville: University of Tennessee Press, 1975.

[34] Glassie, Henry. Vernacular Architecture. Bloomington (Indiana, EE.UU.) Indiana University Press & Material Culture, 2000.

[35] Abbad y Lasierra, Fray Iñigo. Historia geográfica, civil y natural de la isla de San Juan Bautista de Puerto Rico. (Originalmente publicada en 1788.) Con notas de José Julián Acosta y Calbo y prólogo de Gervasio L. García. Aranjuez (España): Doce Calles, 2002, p. 295 y 297.

[36] En exhibición en el museo de la Universidad de Puerto Rico en Río Piedras.

[37] Zeno Gandía, Manuel. El negocio. San Juan, Instituto de Cultura Puertorriqueña, 1976.

[38] Zobel, Joseph. Rue Cases-Nègres. Se utilizó la versión en inglés: Black Shack Alley. Boulder (Colorado, EE.UU.): Lynne Rienner Publishers, 1999.

[39] El autor de este ensayo estuvo con la Dra. Jopling y varios voluntarios norteamericanos durante dos semanas entre enero y febrero de 1979, cubriendo el tercio occidental de la isla. Muchas fotografias del libro de Jopling y que aparecen atribuidas a ella son en realidad del suscribiente.

[40] Jopling, Carol F. Puerto Rican Houses in Sociohistorical Perspective. Knoxville, University of Tennessee Press, 1988.

[41] Berthelot, Jack y Martine Gaumé. Kaz Antiyé, jan moun ka rété: l'habitat populaire aux Antilles. Pointe-à-Pitre: Perspectives Créoles, 1982. (Textos en francés, inglés y créole.) De aquí en adelante "KA".

[42] KA 77-97.

[43] KA 31-44.

[44] "La case aménagée est-elle un créolisme architectural? / Is the 'case aménagée' an architectural 'creolism'[?] / Es Kaz aménajè si on 'créolisme' an konstriksyonman?" KA 152-157.

[45] Ortiz Colom, Jorge. Batey, stoop and veranda. Building “Thresholds” between Realms in Dwellings and Cities: The Puerto Rican Example. Presentado en el Congreso del Vernacular Architecture Forum, 14 de junio de 2006, Universidad de Columbia, Nueva York

[46] Ortiz Colom, Jorge. El batey que se negó a morir. Ponencia presentada en el congreso de la Puerto Rican Studies Association, 9 de octubre de 2008, San Juan, Puerto Rico.

[47] Quiles Rodríguez, Edwin. La ciudad de los balcones. San Juan: Universidad de Puerto Rico, 2009. Fotografias de Jochi Melero, diseño de Consuelo Gotay.

[48] Prieto Vicioso, Esteban. "Arquitectura vernácula y popular." En: Moré, Gustavo Luis, ed. Historias para la construcción de la arquitectura dominicana. Prólogo de Ramón Gutiérrez. Santo Domingo: Grupo E. León Jimenes, 2008, pp. 42-81. (Disponible como *.pdf descargable por medio de www.glj.com.do y navegar al vínculo apropiado.)

[49] Prieto Vicioso, op.cit., p. 71.

[50] Weiss y Sánchez, Joaquín. Arquitectura Colonial Cubana. 2 vols. La Habana: Letras Cubanas, 1979.

[51] Gosner, Pamela. Caribbean Baroque. Historic Architecture of the Spanish Antilles. Pueblo (Colorado, EE.UU.) Passeggiata Press, 1996. Las fuentes cubanas se sesgan grandemente a Weiss, ya que Gosner como ciudadana de Estados Unidos tiene grandes limitaciones para viajar a Cuba.

[52] Carley, Rachel. Cuba: 400 Years of Architectural Heritage. Nueva York, Watson Guptill, 2000.

[53] Llanes, Lillian, op. cit.

[54] Ortiz Colom, Jorge. “The essence of Puerto Rican Historic Architecture”. Axis 7, 2004, pp. 59-81. Kingston: Institute of Technology of Jamaica, Caribbean School of Architecture.

[55] Rigau, Jorge. Puerto Rico 1900. Nueva York, Rizzoli, 1992.

[56] Gjessing, Frederik C., y William P. Maclean. Historic Buildings of St. Thomas and St. John. Londres-Basingstoke: Macmillan Caribbean, 1987.

[57] Woods, Edith de Jongh. The Royal Three Quarters of the Town of Charlotte Amalia. Tortola, Roma, St. Thomas: MAPes Monde Editore, 1992.

[58] St. Croix Landmarks Society: Preserving a Legacy. Folleto. Frederiksted: The Society, 1992.

[59] Gosner, Pamela. Caribbean Georgian. The great and small houses of the West Indies. Pueblo (Colorado, EE.UU.): Passeggiata Press, 1980 / Washington, Three Continents Press, 1982. Este libro aparenta estar agotado.

[60] Pinto, Geoffrey de Sola y Anghelen Arrington Phillips (ilustradora y editora). Jamaican Houses: A Vanishing Legacy. ¿Kingston?, Anghelen A. Phillips, 1982.

[61] Cailloux, Jean-Luc con Nathalie Hérard y Philippe Hochart. Architecture St. Barth. ¿Gustavia?, Éditions du Latanier, s.f.. (en francés e inglés)

[62] Institut pour la Sauvegarde du Patrimoine National [ispan - Instituto para la salvaguardia del patrimonio nacional de Haití]. Bulletin de l'ispan. Puerto Príncipe: ispan, 2009-2010. Disponible por medio de enviar mensaje a ispan.bulletin@gmail.com.

[63] Entre los principales fondos documentales en Puerto Rico están algunos archivos municipales, parte de los cuales están en los municipios de origen (Caguas, Mayagüez, Ponce y otros dos) y otros en el Archivo General de Puerto Rico; otros son los fondos del Archivo de Arquitectura y Construcción de la Universidad de Puerto Rico - si bien no es una colección que enfoque el vernáculo; están los historiales y expedientes de la división de Patrimonio Histórico Edificado del Instituto de Cultura Puertorriqueña y los de la Oficina Estatal de Conservación Histórica, estos últimos contienen muchos inventarios de vecindarios tradicionales.

[64] Negrón Portillo, Mariano y Raul Mayo Santana. Apuntes sobre la esclavitud urbana en San Juan. San Juan, Ediciones Huracán, 1992.

[65] Slesin, Suzanne con Stanford Cliff, Jack Berthelot, Martine Gaumé, Daniel Rozensztroch: Caribbean Style. Nueva York: Clarkson B. Potter, 1985. Fotografías de Gilles de Chabaneix, prólogo de Jan Morris. En adelante “CS”.

[66] Morris. Jan. “Foreword”, CS, p. ix.

[67] Jan Morris (cuyo nombre cuando fue hombre fue James) nació en 1926 en el país de Gales de Gran Bretaña y fue destacado periodista desde la inmediata posguerra. En 1972 se hizo una arriesgada pero exitosa operación de cambio de género en Marruecos y luchó para que los tribunales británicos la reconocieran legalmente como mujer.

[68] Morris, op. cit., p. x.

[69] Berthelot, Jack y Martine Gaumé [los autores de Kaz Antiyé...]. "Introduction", CS 1-3.

[70] CS 40-47.

[71] CS 56, 57.

[72] Rose Hall Greathouse: CS 139-143. Saint Nicholas "Abbey" (la casa, en rigor, nunca fue una abadía, solo lo parecía): CS 76-81.

[73] Said, Edward W. Orientalismo. Madrid: Debate, 2002, p. 436.

[74] Georges Baussan (1874-1958), haitiano, estudió en una escuela especial de arquitectura en París. Fue autor del Palacio Nacional de Haití (iniciado 1914, terminado 1919, destruido 2010) del ayuntamiento de Puerto Príncipe (1924, destruido 2010) y de numerosos edificios públicos, comerciales y casas privadas en la capital haitiana.

[75] CS, pp. 176-179. Figueroa Torres, Humberto y Jorge Ortiz Colom. “Mural de Ramón Frade León en Haití”. En: Frade Arquitecto, la práctica de una arquitectura práctica [catálogo de exhibición]. Cayey: Museo Universitario Pío López Martínez, 2008, pp. 58-61.

[76] Ziálcita, Fernando N. [Fernando Ziálcita Nakpil] y Martín I. Tinio Jr. Philippine Ancestral Houses. Quezón City (Filipinas): gcf Books, 1980.

[77] Ziálcita, Fernando N. [Fernando Ziálcita Nakpil]. “Why ‘Antillan’(sic)?” en Ziálcita y Tinio, op.cit., pp. 225-231.

[78] Ziálcita, op.cit., p. 231. Una excelente descripción de un bahay-na-bató manilense aparece en el primer capítulo de Noli me tangere, la gran novela escrita en castellano en 1887 por el escritor, médico y patriota filipino José Rizal (1861-1896). El hábitat doméstico permea muchas otras escenas de esta novela de denuncia social.

[79] Rigau, Jorge. "On Being Modern in the Caribbean. Architecture and Literature in Linkage." En Puerto Rico 1900, Nueva York, Rizzoli, 1992, pp. 41-106. Sin embargo tomo excepción a varios de los argumentos que parecen insinuar una correspondencia unívoca entre arquitectura y literatura, cuando la realidad es que ambas disciplinas intelectuales no son sincrónicas.

[80] Algunos proyectos modernos pueden verse en CS: capítulo 8, pp. 237-265 y KA: 158. En este último libro hay un segmento provocador que trata sobre "la arquitectura tradicional cara a la modernidad" (pp. 164, 165).

[81] Ortiz Colom, "The Essence...", p. 81.

jo